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miércoles, 19 de noviembre de 2008

YO ME ACUERDO DE LAS CIANOBACTERIAS - CAPÍTULO 2 - FOSFORESCENCIAS


II. FOSFORESCENCIAS

Te parecerá despertar sobresaltada en mitad de la noche. Un rumor sordo, como la primera vez, se habrá extendido al otro lado de la ventana, inundándolo todo con su incontinencia de cascada, sacudiéndote en el duermevela. Pensarás acaso en todo lo que habías intuido, en todo lo que no debería estar sucediendo, todavía no, en ese momento preciso, entonces. Notarás un sudor frío en los hombros, la rojura de los humores extendiéndose sin freno hacia la frente. Levantarás la frazada sintética que te cubre para respirar, inquieta. Buscando a tientas el interruptor te girarás hacia tu marido, extenderás una mano temblorosa hacia su espalda, sentirás el hielo cristal. No se habrá dado cuenta, los hombres duermen tan despreocupados que… no encontrarás el maldito botón. Si pudieras despertar a tu marido, si pudieras despertarlo. Pero estarás casi segura de que sería mejor no intentarlo siquiera, no, él lo considerará con toda probabilidad una chiquillada, bobadas de una mujer que habrá vuelto de la pesadilla.
Recostada de nuevo, querrás reconciliarte con el sueño, no pensar en nada, en nadie. Aunque será imposible sustraerse al clamor que se habrá ido desplazando desde el exterior hasta tu mente. La tormenta golpeará el vidrio con insistencia. Como la primera vez, en un efecto de llamada. Como tener paralizado el sentido pero no el cuerpo, así será. Ajeno a tu voluntad, uno de los pies rozará desconsiderado el pavimento y se hará seguir por el otro, arrastrándote fuera de la cama. Mirarás aterrorizada sin poder atravesar las tinieblas que te estarán alejando expertas del lado en que yace tu marido y querrás gritarle a él, despierta guardabosques, despierta, entonces sí, sin llegar a conseguirlo. Movida por una extraña fuerza te desplazarás hasta la ventana, palparás la hoja bien pulimentada, pegarás el rostro a la superficie plana para mirar hacia fuera, para contemplar la oscuridad de la noche desde la todavía más profunda negritud del cuarto hermético, porque ese será el efecto, ya lo habrás comprendido, sin ningún tipo de duda sabrás que mirando a través de la dura transparencia podrás al fin ver, contemplar, en la adaptación pausada de las pupilas, en la lágrima que aún recuerda, el minúsculo fosforescer de las partículas de lluvia. Como la primera vez.

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