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sábado, 27 de junio de 2009

ANTE EL ÁRBOL DEL QUE MANAN LA LENGUA Y LOS INSECTOS

Lúbrica, en el filo del nombre culmina
la lengua que atraviesa el corazón
por los caminos destronados de las venas,
sin sangre, cuando ya no hay hombres,
cuando ya no hay vampiros acechando la noche en los portales,
cuando las ciudades han mordido el polvo.
He dado parte al mundo de esta geografía encarcelada
que se escabulle en el ruido provisional del nunca,
he sido el triste charlatán que nadie escucha,
y ahora desbarato infiel tantas palabras como almendras.
Desnudo por dentro, próximo banquete de las larvas,
he mirado al trípode universo carmín,
explorador del verso, lengua viscosa he sido,
para tentar al horizonte con la fruta más amarga.
Mi simiente se elevaba como cruz en promontorio,
me arrastraba en la fisura del anfibio percutor entonces,
con el vino y la alianza y las lágrimas me henchía,
dispuesto a perdonar hormigas a cualquier madre
mancillada por el pan, postrado ante el árbol del bien y del mal,
aborrecido, único.
Pero nada he podido salvar remontando a través del ruido,
nada más allá de esa copa tiniebla del tiempo y del hambre
en la que ajenos se extinguen los últimos, ingenuos, grillos.

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