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martes, 30 de agosto de 2011

AGUJEROS

24 de abril de 2010.
Cráter de cuatrocientos metros de diámetro en el Mare Tranquillitatis de la Luna.
(Fotografía de NASA/GSFC/Arizona State University).

El agujero en la sien,
esquinas doblando la noche,
el ciclón depravado en los mástiles,
la celeridad de la trampa,
el enorme flujo y la tormenta
que asolan, más allá del brillo fundamental
y la idea química,
a los pájaros borrados por las ráfagas del aire
y del terror.

El agujero en la pared.

Los que liberarán este mundo,
al acecho de una luna orgánica y decisiva.
El tiempo y el mar de su parte.
El agujero en el espejo.
Perdido el control del porqué,
de los números, de la ruta
y las preguntas, hacinadas
en un perpetuo estado de duda.
Lentitud y cálculo
sobre la pequeña y fiel vigía,
en las célebres borracheras vespertinas.

Por la lengua de los pícaros –la lengua: la aguja, el veneno, las raíces-,
a través de los dedos convocados en torno a este miembro altivo
se insinúa, córneo como un hombre que esquiva la luz trágica impulsora,
bárbaro, irradiándose, su canal de estructuras,
cuerpos tatuados en los sueños,
o toda la inarmonía de un héroe hidráulico.

En los caudales celestes más prodigiosos
la mano acribilla el tiempo
-¿acaso había dejado de ser mortal?-
y encalla y se encadena medio hundida.

El agujero en la sien.



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