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miércoles, 5 de marzo de 2014

CONCURSANTES


Existe una raza especial de individuos certeros, simpáticos, altamente preparados, dispuestos a exhibir sus capacidades físicas, emocionales y/o intelectuales y hacerlo, naturalmente, por dinero. Esa raza existe, sí, inscrita en todas las clases sociales, camuflada de normalidad entre los demás. Es posible que hayas tenido a tu lado sin saberlo a un miembro de tan distinguido club, un amigo, una compañera de trabajo, tu vecina, tu hermano, tu profesor de charleston, oculta su verdadera identidad en el anodino día a día. Es posible que hayas tenido a tu lado sin saberlo a un concursante de televisión, que lo comprendas demasiado tarde, una sobremesa en que sesteas al ritmo de Saber y Ganar o una noche viendo El Hormiguero.
La parrilla de nuestra televisión está plagada de concursos desde primera hora la mañana a la madrugada del día siguiente. No es este el lugar para hablar de los distintos formatos, casi infinitos, sino del objeto común a todos ellos, el concursante. 
Tal y como está el panorama económico y laboral, no es extraño que esa raza de que hablaba al principio se haya profesionalizado. Porque hay auténticos profesionales de esto, que han pasado por todos los programas posibles ganándolo todo, mientras que la gran mayoría de la población nunca han sido siquiera seleccionada para una primera criba a pesar de haber enviado cartas, e-mails, votos interactivos y papeletas desde el año 82. Las mismas caras se repiten, impersonales o no, de vez en cuando, y sólo los teleadictos son capaces de darse cuenta. Y que conste que no me molesta, es más, durante un tiempo sopesé la idea de hacerme concursante profesional, de participar en todo concurso viviente para financiar mi propios proyectos, como hizo en una época Santiago Segura. Tal es el pensamiento de un hombre cuando está en paro, abrir el espectro de posibilidades de supervivencia. Al final tuve que desechar la idea por falta de tiempo y continuidad.
Mi experiencia con los concursos no ha sido del todo mala. Siempre quise concursar en Saber y Ganar, pero cuando ya me había decidido a enviarles mi solicitud en una hermosísima carta de admiración, se sacaron de la manga la prueba de La Calculadora Humana, y si hay algo que odio en esta vida es el cálculo mental. Mucho tiempo después, y seguro que nadie se acordará, participé en el Lingo de Ramoncín con mi gran amigo Dani Herrera, y ganamos, nos llevamos un hermoso bote que repartimos con placer y arrobamiento. Claro que no era el bote de Pasapalabra o de Quién quiere ser millonario. No recuerdo cómo, pero poco después me presenté a este último concurso y un día me llamaron por teléfono. Después de un test de diez preguntas me comunicaron que había pasado la prueba y me convocaron a una segunda prueba presencial en los estudios de Telecinco. Y ahí es donde me di cuenta de la profesionalización del concursante. En el fondo la gente afrontaba aquella entrevista personal como una entrevista de trabajo: ducha, afeitado, ropa planchada, buena presencia... Por supuesto que acudí a la cita sin cumplir alguna de estas cuestiones previas básicas. La prueba consistía en un test escrito más una charla con uno de los miembros del equipo de producción del programa que también hacía algunas preguntas. Preguntas, preguntas y más preguntas, a este paso me iba a plantar antes de empezar el concurso. En realidad me plantaron ellos. Al final de la entrevista me hicieron una foto polaroid que adjuntaron a mi ficha y me desearon buena suerte. Si era seleccionado pasaría a ser oficialmente concursante, ya me avisarían de la fecha de grabación. Todavía estoy esperando el comodín de la llamada. Sí, me plantaron a las puertas. Las razones posibles son tres: acerté pocas preguntas, acerté muchas preguntas o mi presencia física y comportamiento no eran los adecuados para un espectáculo televisivo. Nunca lo sabré, aunque tampoco me importa.
Tal y como siguen las cosas, sí que he tenido la tentación de enviar por fin esa carta a Saber y Ganar, pero aún no lo tengo decidido. La verdad es que el panorama de los concursos televisivos ha cambiado un poco. Para ser concursante hay que ser un profesional de la plancha, entre otras muchas cosas. Lo resumo en una sola frase:

Mira quién sobrevive enfundado en unas mallas ochenteras a un baile de salón ejecutado sobre un pavimento con el 25% de desnivel mientras hace la digestión de la comida preparada por su hijo gafapastas y marisabidillo de 10 años, justo antes de monologuear, responder, acertar, cantar, buscarle novia al niño, comerse el rosco, girar la ruleta de la fortuna y reírse con las ocurrencias de Jordi Hurtado, someterse a un terrible cambio de imagen, dejar que le reformen la casa y el restaurante vietnamita fracasado por sorpresa, forzar la voz y el esqueleto al ritmo de un, dos, tres coaches, y esperar, sonriendo siempre, a que un cocinero y un imitador, un humorista y un tertuliano deportivo juzguen su talento, sabiendo que de ellos y solamente de ellos depende la inminente entrada en Gran Hermano.

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