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martes, 29 de julio de 2014

VENUS BLONDE


Los labios que pasan y te fulminan la sangre,
cuántos, que han dejado la marca del vampiro
sobre tu cuello translúcido,
su inoportuno reguero de continencias,
el momentáneo ardor antes de hartarse
y recurrir a la puerta, abandonándote en lo oscuro,
buen pedestal para una Venus sin cabeza.
Cuántos labios,
cuántos ojos glaucos,
cuántos pasos interrumpidos
por el fuego en el cristal,
cuántos cuerpos rendidos ante ti,
zarandeados por la hiel que trastabilla las rutas
perdidas en los bares.
Ahora que fecundas de brumas lejanas mi noche
y te tengo para mí, no sé si quieres
que prolongue esta avidez vesánica
o espante de algún modo mi esperanza.
Paralizo el rito que te vence
con una indecisión sublime,
todo el mundo está conmigo
en esta purificación del tiempo,
amaga la felina garra
junto a tu cadencia fría
y así como te meto mano
brindo contigo, brindo por todos,
gélida,
te alzo en ángulo, hinco el codo
y te regalo también el labio,
mi propia marca de vampiro.

sábado, 19 de julio de 2014

LA NOCHE SE MUEVE: (VIII: CYBORG)


La noche se mueve. Estoy despierto en la oscuridad total. Sólo la onda verde, oscilante, permite intuir una presencia. La noche se mueve. Sé que llega la hora. La puerta se abre y una silueta sigilosa entra en la habitación. La jeringuilla brilla tenuemente al acercarse a mí. Pero no quiero, ya no quiero más, me niego a entregarme, me sublevo como nunca, concentro el fulgor de la rabia en el último esfuerzo y sin saber cómo arranco de cuajo las ataduras. La figura se detiene desconcertada un instante. No tiene tiempo de gritar porque descargo los dos puños sobre ella derribándola. Eufórico, me incorporo con lentitud, desprendiéndome de los cables entre tinieblas. Abro la ventana. Las nubes inundan el cielo. La noche se mueve, la oscuridad me acompaña. En los pasillos cunde la alarma. Cuando los celadores irrumpen salto al vacío con determinación desde el tercer piso y perplejo me levanto del suelo sin sufrir el menor daño. Palpo mi cuerpo en la tiniebla. Entonces comprendo que no siento, no hay tacto, mis manos tocan sin encontrar algo más que el helado acero de la nada, como si tuviera atrofiado el sistema nervioso. Huyo, huyo en la noche que se mueve sin saber hacia dónde me dirijo. Salto la valla furibundo y me pierdo en un bosque espeso, huyo arrastrado por la mente silenciosa, invulnerable. Tal vez me esté volviendo loco. No quiero encerrarme en el mutismo de los pensamientos, no. Sigo huyendo y grito, grito, para sentirme al menos vivo.
La noche se mueve, y es mi sustento tu recuerdo. Campo abierto. A lo lejos las luces de una ciudad. Hacia allí marcho, devorando los kilómetros frenético, buscando tu recuerdo. Acantilado a tu cuerpo exhalo permeabilidad, labro el labio para encontrarte más allá de la membrana dormida, donde no me escuchas. Llego a una casa en las afueras, su abandono confirma mis sospechas. Calla la mano que siempre ha intentado escribirte, renuncia mi mente ajena a las palabras. Derribo la puerta con violencia, me abalanzo sobre las escaleras que sorteo, de cuatro en cuatro, extenuando la pulsión de las zancadas. Que tu piel aparte este temblor, que haga legibles los garabatos de mi lengua trazadora. En el dormitorio la penumbra, las sábanas que hunde el polvo. Tu recuerdo. Soy voluntad coartada, circunstancia, síntoma brutal de los ambientes. El género de mi voz es hermético y disparatado, atrapa la gran trampa, se parece a la locura. Busco el interruptor. La lámpara chasquea y se ilumina, mortecina e hiriente. El disco de Coltrane rasga y zigzaguea las horas bajo la nube mínima de una aguja. Sobre la mesilla te encuentro, asida a mis brazos para decirme quién soy desde el pasado de esa foto imposible, perdida ya en el tiempo. Dime dónde estás. Mientras te respiro con terquedad comprendo lo que me violenta de un ardor tan desesperado. La noche se mueve. Levanto la vista y me veo reflejado en el espejo. La noche se mueve. Por primera vez me observo. Acaso el despertar. Dos ojos que brillan perplejos. Nos desfigure las vidas. Único rasgo humano que se distingue. Acaso volvamos a mirarnos con la insensata lucidez de los desconocidos. En el helado acero de un engendro mecánico.


Si quieres conocer el resto del relato, aquí tienes los enlaces:

La noche se mueve (I: Algo se mueve)
La noche se mueve (II: Minotauro)
La noche se mueve (III: Diagnóstico)
La noche se mueve (IV: Un nombre en un susurro)
La noche se mueve (V: Pastilla verde, roja, azul)
La noche se mueve (VI: Anestesia)
La noche se mueve (VII: Cobaya)