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jueves, 25 de julio de 2019

LA MUERTE DEL REPLICANTE



Uno de esos iconos surgidos del cine en el último tramo del siglo XX es sin duda este primer plano de Roy Batty, el replicante Nexus 6, en el que baja la cabeza empapada por la persistente lluvia. Es hora de morir, cierra el replicante el speech tan recordado mientras la vida se diluye. Un personaje tremendo, este disidente que trata de escapar a su destino en el Blade Runner (1982) que dirigió Ridley Scott partiendo de Do Androids Dream of Electric Sheep? / ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), la novela de Philip K. Dick. Tremendo, este androide casi humano.

Recuerdo haberme visto capturado por la estética noir de la película durante mucho tiempo: la ciudad distópica, un sueño en color de Fritz Lang, la lluvia oscura, las luces, el humo, una tecnología barroca, si se quiere, y esa atmósfera cyberpunk preapocalíptica que se desprende en cada una de las proyecciones arquitectónicas o se hunde en el fango melancólico como la muchedumbre que camina entre los puestos callejeros atestados. Para los que amamos este tipo de cine la estética de Blade Runner no ha envejecido en un visionado contemporáneo, desde luego. E incluso muchos nos atreveríamos a asegurar que la película de Ridley Scott ha marcado el camino para todo lo que ha ido viniendo después. Pero detrás de toda esa cortina de belleza y fealdad subyace una gran historia.

Asistíamos entonces a la ascensión como actor de Harrison Ford, curtido en la piel de Rick Deckard, el agente perseguidor. Y sin duda nos habíamos dejado llevar por la empatía (nunca mejor dicho) hacia su papel protagonista. Centrados sobre Deckard de una manera del todo lícita se hizo posible y casi necesario que viéramos Blade Runner como una película convencional de ciencia-ficción en la que el bien y el mal se enfrentaban una vez más. Me recuerdo a mí mismo así, deseando que Deckard cumpliera su misión, que Rachael (Sean Young) no fuera una replicante, que el mismo Deckard tampoco lo fuera, y que aquellos que habían sido concebidos en el papel de antagonista, los malos de la película, acabaran derrotados...

Sin embargo todo cambió cuando desplazamos el punto de vista y nos pusimos en el lado de los que huyen. Así es. En Blade Runner los replicantes son desarrollos biomecánicos de la Tyrell Corporation que apenas pueden distinguirse de los humanos. Solo los diferencia la falta de empatía, detectable a través del test Voight-Kampff. Pero incluso esta prueba empieza a quedarse obsoleta. Los nuevos modelos son casi perfectos, reciben distintas implantaciones de recuerdos, y están muy cerca de "sentir". Su problema está en su caducidad. La esperanza de vida de los replicantes es de cuatro años. La huida de algunos de ellos está propiciada por la percepción de ese final que se aproxima. En realidad no huyen, sino que corren hacia su creador para buscar un método de supervivencia o una explicación. Y en el camino dejan víctimas. Rompen la baraja. Matan al padre. Como haría cualquiera en una situación límite. Al querer sobrevivir demuestran de una manera fehaciente su lado "humano" y convierten por contraste a los perseguidores en unos meros instrumentos de limpieza que el sistema necesita para mantenerse en pie. Los replicantes son así una metáfora de nosotros mismos, de nuestro instinto de supervivencia en un mundo cada vez más deshumanizado y hostil, de nuestro sueño de libertad en definitiva.

Año 2019. La muerte de Rutger Hauer ha vuelto a revivir esa otra muerte de cine, la de Roy Batty, el replicante Nexus 6 que fagocitó la propia imagen del actor para siempre. Hasta tal punto puede arrastrarte el mito. No sé si Hauer renegó alguna vez del personaje que le dio todo a cambio de su rostro, de su piel. Lo cierto es que fue esencial para construir un replicante inquietante, contradictorio y profundo, que en el último momento se demuestra paradójicamente mucho más complejo y vivo que, por ejemplo, el agente Deckard. Dicen que las últimas palabras de Roy Batty son fruto de una improvisación inspiradísima de Rutger Hauer. Mistificación o no, me gusta creer que sí. Ahora que Rutger Hauer ha muerto se cierra el círculo. El replicante afloja los brazos y deja que la paloma escape con un torpe batir de alas. Baja la cabeza empapada por la persistente lluvia. Tal vez una lágrima. Es hora de morir.

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