Pages

lunes, 10 de septiembre de 2012

¡AY, LA DOLCE VITA, LA DOLCE VITA!


Marcello Mastroianni en una pausa del rodaje de La Dolce Vita © Arturo Zavattini 
No sé qué está pasando últimamente, si será la nostalgia de otros tiempos apenas vividos o, peor aún, no vividos jamás, una suerte de homenaje a los orígenes de ese resbaladizo concepto conocido como glamour o un canto de bienvenida a las tragaperras y el "hagan juego" que caerán, parece ser, aquí en Madrid, como agua de mayo en el desierto, como maná revivificador que nos ayude a soportar la dura realidad. Podríamos esperar la llegada del deseado Eurovegas con un "Americanos, os saludamos con alegría", pero me parece a mí que eso sería jugar con fuego, no no, toca madera, no vayan a pasar de largo dejando a nuestros maravillosos mandatarios compuestos y sin casino, casi casi como en la añorada película de Luis García Berlanga. Así que toca poner cara de poker, algo nada fácil para algunos, olvidarse de Bienvenido, Mister Marshall (1953) y buscar ese espejo al que adorar en otros gestos, otras imágenes más fascinantes.
Y ese espejo se encuentra en Roma. En Roma, claro. En la Roma de los años 50 y 60, repoblada por actores y actrices de prestigio, una parte de Hollywood asomándose a la cremallera de la Via Veneto, llenando los bares, montando en motorino y pasándoselo en grande bajo los flashes de la nueva prensa sensacionalista, a merced de los cotillas. Estilo, diseño, popularidad y alegría, gente guapa y escándalo, todo lo que el pueblo quiere saber (y llegar a ser), un cóctel que sacó a la Ciudad Eterna de aquel agujero negro que había supuesto la II Guerra Mundial y la catapultó para (casi) siempre a un estado tópico distinto al de los edificios del Foro. Un tiempo de luces que no oculta sus sombras y perversiones al otro lado del escaparate, inmortalizado con sabiduría por Federico Fellini en La Dolce Vita (1960). Ahora el término Dolce Vita está asociado directamente a esa suerte de espejismo glamouroso que, con diferencias locales, se ha exportado a todo el mundo a lo largo de los años. Claro que no es lo mismo un bolo con Kirk Douglas o Ava Gardner que con los concursantes de Gran Hermano.
El hecho es que, casualidades del destino, coinciden en el tiempo varias exposiciones que remiten a esta época dorada de la capital italiana. En Roma, hasta el 14 de noviembre, los Mercados de Trajano albergan la exposición La Dolce Vita. 1950-1960. Stars and Celebrities in the Italian Fifties, con más de 100 fotografías y 80 revistas que retratan aquella Italia. Y en Madrid, dos, que no una. La primera, dedicada a Fellini con el título de Federico Fellini. El circo de las ilusiones, una muestra de más de 400 piezas en torno a las obsesiones del director que ya pasó por Barcelona y ahora está en el CaixaForum Madrid (Paseo del Prado, 36) hasta finales de año. Y la segunda, recientemente inaugurada bajo el título de Los años de la dolce vita, hasta el 6 de enero de 2013, analiza a través de distintos materiales (audiovisuales, vestuario, diseños y fotografías) aquellos años que forjaron el mito. Destacan, por supuesto, la serie de imágenes de Tazio Secchiaroli, fotógrafo que inspiró al Papparazzo felliniano, así como las de Marcello Geppetti y Arturo Zavattini, que documentaron gráficamente aquella época mientras colaboraban en la creación del un nuevo lenguaje periodístico.
¡Ay, Roma! ¡Ay, la dolce vita, la dolce vita! Nostálgicos, estilosos, cotillas, cinéfilos y soñadores. No os perdáis esta oportunidad gratuita de creer en el antiguo esplendor de las estrellas.

Los años de la dolce vita

Dirección:
Sala de Exposiciones Canal de Isabel II
c/ Santa Engracia, 125
28003 Madrid
Teléfono: 915451000 – Ext. 2505
Horario:
De martes a sábado, de 11:00 h a 14:00 h y de 17:00 h a 20:30 h.
Domingos y festivos, de 11:00 h a 14:00 h.
Cerrado: Lunes, 25 de diciembre, 1 y 6 de enero.
Visitas guiadas gratuitas:
Sábados: 12:00 h, 13:00 h, 18:00 h y 19:00 h.
Domingos: 12:00 h y 13:00 h.
Excepto: 29 y 30 de diciembre y 5 de enero.
Entrada gratuita




No hay comentarios :

Publicar un comentario

Dádle voz al oráculo