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sábado, 27 de septiembre de 2014

EL BESO


Si mi historia cifrara libros apaisados en la luz.
Si tu lengua donde abierto me derramo.
Desprendiérame para holgar en el olvido.
Vínculo de cuerpo brillante espera o bruñe
incrédulo alabastro de membrana discreta,
cúrvate osamenta inquilina en la delación,
como vida tu lengua, turbamiento imborrable.
Si una noche un viajero mascullara en el frío,
si el misterio desplazara un infinito aerolítico.
Como un golpe de nieve
llega del aire la tormenta. Si tu lengua.
Si desando inexorable
en el espacio la inquietud, el parto.
Si tu lengua queda atrás. Cuando la repetición
despierta una enésima sospecha.
Como un labio de papel toda la vida anáfora.

martes, 23 de septiembre de 2014

LA IMAGEN DEL VERANO (SEIS)

© Fotografía de Luis Morales
Ya es costumbre, lo sé, seleccionar una imagen entre todas las captadas por mi ojo electrónico este verano, cada vez más numerosas y variadas, tantas que su multiplicación incontrolada amenaza seriamente con colapsar todos mis discos duros. Antes de que esto ocurra, procedo, pues, a elegir una de ellas.
Si bien en otras ocasiones me he decantado por los espacios encontrados en mis viajes o en la figura humana que los puebla, en esta ocasión os muestro un objeto, o mejor, un campo lleno de objetos, un mundo entero en miniatura, una estructura resumida y metafórica del mundo, el yin y el yang, el bien y el mal elevados a su más alta potencia: un juego para maniqueos, estrategas y emperadores cuyas particularidades conocía mi hijo, por primera vez, este agosto ajedrezado.
Aunque no lo creáis se trata de una fotografía playera. La luz del Mediterráneo entraba por la inmensa ventana a primera hora de aquella mañana mientras mi hijo, al que le había explicado la noche anterior las cuatro reglas básicas del juego, colocaba correctamente las piezas en sus correspondientes casillas. 
Contemplé este acto silencioso y demoledor de la memoria mientras recordaba vagamente a otro niño y otro tablero y otro padre contemplándolos. Y entonces percibí las alargadas sombras que las piezas arrojaban sobre el tablero, tan misteriosas y amenazadoras, y supuse que en efecto el ajedrez es una magnífica metáfora del mundo, y que mi hijo está aprendiendo lo que eso significa a pasos de siete leguas. Y supe que aún hay esperanza al comenzar la primera partida y comprender que a las primeras de turno mi hijo se inventaba sus propias reglas.
Con esa imagen me quedo.

lunes, 15 de septiembre de 2014

EL BALCÓN DE JULIETA


JULIETA
¡Ah, Romeo, Romeo! ¿Por qué no expulsas a esa turba de turistas mistificadores, a esos que lo dejan todo perdido con sus candados y sus firmas en los muros, a los que no perdonan un selfie? Dime, Romeo, por qué no les confiesas que nunca existimos, que ni siquiera estamos ahora aquí, que Shakespeare no pisó jamás Italia, que este balcón de Verona es falso, que el anfiteatro de la ciudad sí es Historia y está bien conservado, que solo somos sombras, criaturas de tinta sobre papel, ilusiones de amor, ficciones, sueños de polvo y arte, moneda de cambio, estrategia de mercado.
ROMEO
No me creerían, Julieta. O en cualquier caso admitirían que nadie es perfecto.

viernes, 5 de septiembre de 2014

MEMORIA OLFATIVA


Aún siguen ahí:
el olor de la leche en el pecho de tu madre,
del tabaco negro en la mejilla de papá,
la mercromina sobre la herida infantil,
o ese soplo que se desprendía al abrir
la botella del calcio.
Aún siguen ahí
los aromas agitados por el viento del pueblo,
cuando, al caer la tarde, volvían los cerdos,
y la nata hervida en el fogón de la abuela,
y el heno y la mierda de la mula en el corral,
y el tomate recién cortado a navaja en el mismo huerto.
Aún siguen ahí
los misteriosos ambientadores de pino,
la naftalina en los armarios,
la fritanga que ascendía hasta la ventana desde el bar,
todo lo que se colaba en la rejilla de ventilación
del autocar
desde el fumadero de la fila de atrás.
Y ese linimento de las farmacias,
y ese olor a rancio ultramarinos,
y aquella zapatería que olía a pies,
y el bálsamo Floïd en la barbería,
y el inclasificable golpe en la nariz
al entrar en las letrinas de ciertos bares,
aquellos hoyos negros sobre blanco
en los que tanto costaba acertar.
Ahí, ahí siguen
la tinta de los libros nuevos en septiembre,
el plástico del forro transparente,
la madera arrebatada a los lápices
por los sacapuntas,
la blanda cera olorosa Manley,
la plastilina indigesta,
los chicles Boomer, el regaliz
en la tienda de las chuches,
el chorizo pamplonica en el eructo
de tu mejor amigo, gajes de recreo.
Y el pan recién hecho,
y la paella dominical,
las natillas caseras,
el café en la cafetera,
la naranja exprimida,
y otra vez el café, sí.
Ahí siguen la lavanda,
la tierra después de la tormenta,
pero también los calcetines húmedos,
secándose sobre la calefacción de los trenes.
La memoria de un patio en la hora de la siesta,
el tambor de detergente colgado en la pared,
el polvo desprendido en cada bote,
la piel sudorosa de los más altos,
los brazos en alto, mientras tú te defendías
de su defensa de axilas.
Y mucho más tarde
el submarino herbáceo en el asiento trasero,
el desinfectante en los cines dudosos,
las cáscaras de pipas,
los litros devueltos a las esquinas,
el vómito abismal.
Y el mar, siempre el mar,
el olor a mar.
Tú y el mar,
la piel de sal,
la piel con piel,
la mantequilla
a la que olieron
nuestros cuerpos
la primera vez.
Aún sigue ahí.
Lo que fue.
Lo que ya no es.