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lunes, 31 de agosto de 2009

LA MÁQUINA DE HACER POEMAS



El arte combinatoria de Raymond Queneau dejó, ya en 1961, una meritorio invento para amantes del hipertexto, cirujanos de las cajas fuertes y poetas diacrónicos, Cent mille milliards de poèmes, quizá el libro más extenso de la historia a pesar de sus paradójicas y escasas diez páginas.
Como el propio Queneau explicara, se trata de "una especie de máquina para producir poemas" en un número limitado pero tan exhorbitante que necesitaríamos casi doscientos millones de años leyendo (veinticuatro sobre veinticuatro horas al día) para llegar al final de la obra.
Queneau ofreció a sus lectores una herramienta revolucionaria que permitía combinar versos para componer sonetos. El libro puede leerse de modo convencional, como un conjunto de diez páginas, pero además cada una de las mismas está dividida en catorce franjas horizontales, una por verso. Los versos mantienen todos la misma rima y su disposición en tiras posibilita su combinación con los de los otros sonetos. Así, el número total de combinaciones posibles que contiene el libro es de 10 elevado a 14, es decir, cien billones de poemas distintos. Todavía no se tienen datos estadísticos sobre la lectura completa. Una multitud de lectores voluntarios lo ha dejado todo hace tiempo para dedicarse a este imprescindible acto de comprobación. Si alguno está dispuesto a unirse al club en pro de la causa sólo tiene que acceder a su versión electrónica, Cent mille milliards de poèmes, que, eso sí, está en francés. Bon voyage!

domingo, 30 de agosto de 2009

ARCÓN DE TITUBEOS


Sin embargo te codicio, ahora que tu estela vuelve
a cruzarse en mi camino como un garfio atroz en la madrugada,
te codicio el blanco lugar que estremeces cuando estoy dormido,
mientras los delirios del sueño me golpean
y siento la repugnante trepidación de algún tentáculo fugitivo en el bestiario,
te codicio el pertinaz arcón de titubeos,
desde el acabamiento que habito te deseo,
porque basta rehacer el incauto mecanismo de tu voz,
voltear los olvidos hasta el margen de tu nombre
para que a mí me desanuden las palabras
y pueda retorcerle los brazos a este estúpido molusco.

viernes, 28 de agosto de 2009

DESDE LO OSCURO - EPÍLOGO


He salvado mis manos milagrosamente, después de innumerables intervenciones quirúrgicas. También es un milagro haber salvado la vida después de caer desde un tercer piso. Pero tal vez hubiera sido mejor morir.
Nadie sabe exactamente lo que sucedió en el estudio de Henry Troyiat-Mecir aquella noche. Los vecinos declararon a la policía que yo debí quedarme dormido cuando comenzó el fuego, y que mi salto a la desesperada se produjo en mi afán por huir de las llamas. Decían no entender cómo pudo atascarse de ese modo aquella puerta. Sé que mintieron, que escucharon mucho más de lo que dicen, pero no entiendo la razón que les movió a actuar así.
Por lo demás, nunca supieron que Henry Troyiat-Mecir había estado allí. Cuando recuperé el control de mi cuerpo tras pasar varios meses en coma pude enterarme a través de la señora Dickson de que nada se había sabido del inquilino del estudio. Elegí callar antes de ser tomado por loco.
La vida continúa. Jenkins y Neville abandonaron definitivamente Londres cuando comprobaron que mi recuperación era segura. Rowland y Fowler decidieron viajar por Europa en busca de la inspiración. En lo que se refiere al bueno de Cunningham, permanecerá impasible ante cualquier terremoto siempre que las tabernas se mantengan abiertas.
En cuanto a mí… me he convertido en un hombre taciturno, solitario, que apenas sale a la calle. He cambiado, soy distinto. Algunos comentan a escondidas que aquel accidente me trastornó, creen que me he vuelto un tanto extravagante. Tal vez tengan razón, tal vez la tengan, porque desde hace años paso las noches junto al fuego, haga frío o calor, sea invierno o verano. Temo a la noche, y las únicas cosas de esta mi miserable existencia que aún me confortan son el fuego y el brandy, que siempre mantengo vivos.
Todavía, en las noches más cerradas y lluviosas, me estremezco bajo las sábanas que el fuego del hogar ilumina cuando escucho el crujir de una puerta bamboleada por el viento, todavía…
…porque nadie encontró resto alguno de aquella figura contorsionada que devoraban las llamas, porque nadie puede asegurarme que Henry Troyiat-Mecir haya muerto, porque nadie, nadie puede saber si unos ojos sin rostro pueden observarle desde lo oscuro.

jueves, 27 de agosto de 2009

DESDE LO OSCURO - CAPÍTULO VII (EL HORROR)


Cada vez que recuerdo lo que sucedió a partir de ese momento siento escalofríos. Cuando le pregunté el porqué de aquella reunión, Henry soltó de nuevo su horrible carcajada. Definitivamente estaba loco.
-John, mi querido John –sus ojos brillaban extraños-, me temo que formas una parte más de mi trabajo de investigación.
Henry se levantó de improviso del sillón y se dirigió a la puerta, que cerró con llave.
-Qué pretendes, insensato –grité contrariado-, qué demonios estás haciendo.
-Que qué hago –Henry tiró la llave por la ventana-. Jugar contigo, John, jugar al juego más divertido…
Cuando se acercó a la mesa me di cuenta de sus intenciones. En el cajón abierto quedaba una dosis de aquel bebedizo, una redoma idéntica a la que había visto flotar en el aire, llena de aquella azulada y maldita substancia. No tuve tiempo de alcanzarlo. En un rápido movimiento Henry se arrancó el albornoz con que había cubierto su cuerpo y destapó la botella. Bebió su contenido de un solo trago. Pude ver la expresión de su rostro un momento antes de que desapareciera. Era atemorizador. Su carcajada lo llenaba todo.
-¡Ahh!, juega conmigo, John –decía su voz-, házme saber cómo acecha el pánico a los que sienten el hálito de la muerte en sus sienes.
Conmocionado en aquel abismo oscuro, me movía por la estancia torpemente, intentando hallar una salida. Lo invisible comenzó a golpearme con fuerza en el rostro.
-¡Socorro! -gritaba yo con todas mis fuerzas-.¡Sáquenme de aquí!
-¡Ja, ja, ja! -reía Henry-, de nada han de servirte tantos gritos. Nadie podrá abrir esta puerta.
Así era, en efecto. No había llave. La señora Dickson me había entregado la suya cuando subí a aquel lugar inmundo, la misma que Henry había arrojado a la calle. Mis gritos alarmaron a los vecinos. La señora Dickson debió de golpear varias veces a la puerta. Un gran barullo se escuchaba al otro lado del umbral.
-¿Qué sucede? –se oía-, ¿qué está haciendo ahí dentro? ¡Abra la puerta! ¿No está usted solo?
-¡Socorr… Aughh…!
Aquel ser invisible me golpeaba de nuevo. Fuera intentaban derribar la puerta, pero resultó ser más robusta de lo esperado. Comencé a sangrar. Tenía el rostro magullado por aquellos puños de acero.
-¿Sientes ya la muerte? –gritaba Henry fuera de sí.
Yo me desvanecía. Caí al suelo, junto a la chimenea. Ahora noté cómo algo me propinaba terribles patadas en el estómago y la cabeza. Vi los atizadores. Dieron las doce en el reloj de pared. Cogí como pude uno de ellos y empecé a agitarlo ante mí con las pocas fuerzas que aún me restaban. Cortaba el aire, pero no lograba alcanzar a Henry. Sólo una vez sentí que el atizador impactaba con blandura en algo que parecía un brazo al tiempo que la nada profería una sorda queja de dolor. Me sentía como un hombre ciego, y a ciegas seguí golpeando. La puerta era ahora empujada con mayor fuerza. Supe que tenía que resistir hasta que aquella maldita puerta cediera. Pero no cedía.
Se me heló la sangre cuando ví entonces cómo un cuchillo de trinchar, aquel que había usado yo durante la cena, se elevó de la mesa y se abalanzó sobre mí. Eludí como pude el primer ataque del filo mortal. La puerta no cedía. La risa era ensordecedora.
Golpeaba al aire con el atizador y retrocedía. Así una y otra vez. En uno de aquellos movimientos tropecé con el aparador donde se hallaban las bebidas.
Surgió una idea, tomé la botella de brandy y esquivando por muy poco el cuchillo me precipité junto a la chimenea. Sentía cómo mis cabellos se chamuscaban. El filo volvía a acercarse. En ese instante rompí la boca de la botella contra el muro y derramé el brandy sobre aquello que sostenía el arma. Acto seguido cogí con las manos uno de los trozos de madera ardiente que se consumían en el humero y lo lancé en la misma dirección. Fue espantoso. En aquel momento la figura de un hombre se veía envuelta en primordiales llamas. Un grito abominable salió de su garganta. El fuego se extendía por aquel cuerpo que recorría furibundo la habitación, incendiando las cortinas. Pronto las estanterías repletas de libros fueron pasto de aquel infierno. Un olor nauseabundo a carne quemada, una figura horriblemente contorsionada, un alarido de dolor. ¡Y el fuego, fuego, fuego por todas partes!
Mis manos también ardían. No podía soportar aquel sufrimiento. El humo empezaba a asfixiarme. Corrí hacia la ventana y me lancé desde allí al vacío un segundo antes de que aquella puerta, de que aquella maldita puerta cediera.

miércoles, 26 de agosto de 2009

DESDE LO OSCURO - CAPÍTULO VI (INVISIBLE)


Todo cuanto relató Henry aquella noche, sentados los dos en los sillones, al amor de la lumbre y el brandy, podrá parecer la superchería de un loco o el cuento de un charlatán, pero después de todo lo que yo había visto no tuve más remedio que aceptarlo como cierto.
Supe de sus propios labios que llevaba años estudiando a escondidas las distintas variedades de lo oculto, y que en un viejo manuscrito anónimo cordobés había hallado no hace mucho tiempo una clave que, tras un análisis exhaustivo, le permitió desvelar el secreto de la invisibilidad.
Versado en las artes químicas, no tardó en iniciar los experimentos que le llevarían hasta aquel asombroso descubrimiento. Parece ser que después de numerosos intentos fallidos consiguió la combinación apropiada la noche anterior a su despedida social.
-Vagué aquella noche -me decía Henry- por las calles de la ciudad, desprovisto de ropa alguna. Nadie podía verme. ¡Era invisible, John, invisible! Regresé a casa y volví a mi estado normal bebiendo de nuevo una dosis de aquel brebaje. Entré en un estado de fuerte excitación. No podía creerlo, pero lo había conseguido, me había esfumado, podía cambiar cuando quisiera, volatilizarme a mi antojo.
Henry me explicó cómo empezó entonces a romper todos sus vínculos con el mundo. Primero con nosotros, sus amigos. Después con las clases. Tuvo el valor de confesarme sus correrías. Había descubierto su mayor pasión, la faceta más escondida en el interior de su carácter hasta aquel momento: Henry era un vouyeur empedernido. Todas las noches miraba y miraba sin ser visto, miraba hasta la extenuación, hasta el placer morboso. Se entremezclaba con la gente y observaba sus actitudes, se embriagaba viendo cómo hablaban, cómo comían, cómo fornicaban o se odiaban. Llevó hasta tal punto su depravación que, según me dijo, una noche se introdujo en la habitación de un moribundo para observar cómo agonizaba esperando la muerte. Esta era su gran pasión. Desde entonces el silencio se había convertido en su gran aliado.
Yo escuchaba sus palabras con avidez, con horror. Las creía, por muy disparatadas que llegaran a parecerme. Las temía, porque eran las palabras de un loco.
Me dijo que después de quince días de dosis continuadas aquella fórmula infernal se había convertido en una necesidad, en una droga que su cuerpo exigía constantemente. Por eso lo abandonó todo e ideó la farsa de un viaje para convencer a la señora Dickson de una ausencia prolongada. Durante todo el tiempo que siguió a su supuesta partida Henry había estado siempre allí, en aquella casa, es decir, siempre que no estaba mirando a alguien, parapetado en su invisibilidad.

martes, 25 de agosto de 2009

NO SOY SÓLO EL VIGILANTE


No pude responder la otra noche,
jugaba en el jardín con la escopeta.
Ahora olvídalo, no soy sólo el vigilante.
Aquí mismo se mezcla la nada.
No puedo salvarte. Su tabaco, gracias.
Qué forma de sangrar por todos lados.
Duerme sobre el puño, duerme,
te inclinas a la sed cuando estás dormido.
Estoy hecho de cigarras y teclas.
Entre nosotros la mentira.
Su cara más blanca que la nieve.
Nunca más. Alucinante herbaje breve.
¡Boom, boom, tas!
-pozo humano-
la tierra en el útero.

lunes, 24 de agosto de 2009

DESDE LO OSCURO - CAPÍTULO V (EXTRAÑO ENCUENTRO)


De pronto sentí que daban las diez en el reloj de pared. Al otro lado de la ventana seguía lloviendo con fuerza.
Encontrándome aún en ese estado entre la vigilia y el sueño que se experimenta a menudo al despertar creí escuchar el chirrido de los goznes de la puerta al abrirse. Pensé que se trataba de la señora Dickson, pero no, pasaron los segundos y aún los minutos, y nadie parecía haber entrado en aquella habitación. Me acerqué a la puerta y la entorné ligeramente. El pasillo, envuelto en penumbras más inquietantes que la propia oscuridad, aparecía vacío y desolado. Sentí un escalofrío recorriéndome la espalda. Cerré de nuevo la puerta y volví a la comodidad del interior.
Fue entonces. Cuando me dirigía a la vieja chimenea para calentar mis ateridas manos me di cuenta de algo que hasta ese momento me había pasado desapercibido. En el suelo, justo en frente del fuego crepitante, había un gran charco de agua. Pude comprobar que el rastro líquido llegaba hasta allí desde la puerta que yo acababa de dejar. De pronto aquel charco se movió. Uno de los libros que había en un estante cercano a la chimenea salió literalmente de su sitio y empezó a levitar en el aire. No es posible calcular el grado de mi estupor ante una situación tan excepcional. Estuve a punto de volverme loco al ver que el libro se abría y cerraba, una y otra vez, dotado de vida propia. Perplejo, no me atrevía a acercarme, pero tampoco acertaba a alejarme. Como pude me escondí detrás de unos sillones. No, no hice gala de un gran valor.
Entonces el libro cruzó la sala en dirección a la mesa escritorio de Henry. Un estertor indescriptible surgió de no sé donde. Era una risa estridente, un eco infernal, inhumano, inadmisible para los oídos menos delicados. Mi cabeza daba vueltas. El libro seguía al rastro de agua, o el rastro de agua seguía al libro, que cayó de pronto, vencido por la gravedad, sobre aquella mesa. Aquella risa odiosa me resultó horriblemente familiar. Uno de los cajones de la mesa se abrió. De allí, flotando en el vacío, surgió una pequeña redoma que contenía un líquido azulado. Aquel artefacto venía hacia mí. Nadie podría imaginar el horror que experimenté entonces. Cuando estaba a menos de un metro de distancia la redoma se elevó a la altura de mi cabeza. El pequeño tapón de corcho que la cubría voló por los aires y el recipiente se inclinó derramando su contenido sobre la nada. No pude evitar que mi garganta exhalara un profundo y ahogado grito de pánico y sorpresa al ver cómo, en medio de aquella risa maldita, se materializaba ante mí el cuerpo totalmente desnudo de Henry Troyiat-Mecir.

sábado, 22 de agosto de 2009

VIENTO II


Alada sed
desciende leve,
tocada por la voz
incontenible viene,
luz,
azogue virginal
que a veces pasa,
más,
destino en un vaivén.

SIETE MARES



Nunca es demasiado el fiero espejo verde
para aquietar una voz que confiesa oleajes.
Nunca es demasiado tarde

para enarbolar la muerte en tus labios sedientos.

viernes, 21 de agosto de 2009

DESDE LO OSCURO - CAPÍTULO IV (A LA ESPERA)


La señora Dickson me condujo a regañadientes hasta el tercer piso. La humedad era insoportable, el ambiente gélido. Al llegar al rellano señaló con una mano enguantada en lana hacia el fondo del pasillo.
-Allí es –su boca exhalaba un denso vapor blanquecino-, sígame.
Sacó de su bolsillo una pequeña y herrumbrosa llave. Los goznes crujieron al abrirse la puerta. Entramos en una habitación amplia, decorada a la antigua. El papel de las paredes aparecía desteñido en algunos puntos, sí, era imposible ocultar esta humedad. Con todo, aquel cuarto tenía un aspecto acogedor. En el muro del norte un fuego vivo ardía en la chimenea creando un ambiente casi mágico, envolvente.
Enseguida la señora Dickson subió la cena. Antes de cerrar la puerta tras de sí me dijo que ya tenía preparada una pequeña estancia, contigua al lugar en el que me encontraba, donde podría dormir.
-No es esa mi intención, señora Dickson –repuse un tanto desconcertado.
-Yo sólo cumplo instrucciones –respondió con aire hostil la vieja señora un segundo antes de esfumarse.
Un gran reloj de pared situado junto a la ventana me sorprendió dando las siete en punto cuando yo despachaba aquella frugal pero sabrosa cena. Me levanté de la mesa. Había comenzado a llover intensamente. Aquel invierno estaba siendo especialmente duro.
Me serví una copa de brandy y tomé asiento en uno de los mullidos sillones que había en la estancia, al amor de la lumbre. Encendí un cigarrillo mientras observaba las estanterías repletas de libros que recubrían una buena parte de una de las paredes. La habitación parecía limpia, no daba la sensación de haber estado desocupada durante mucho tiempo. Pensé que la señora Dickson habría adecentado su aspecto con motivo de mi visita.
En aquella soledad en que me encontraba, en aquel ambiente cálido y confortable no podía yo dejar de estar en cierto modo incómodo. Quizá tal sensación venía propiciada por la extraña petición de Henry, espoleada por su larga ausencia y constreñida por aquel ruego encarecido de silencio que mi amigo me exigía. No era capaz de intuir lo que poco después iba a suceder, y desde luego aseguro que de haberlo siquiera imaginado, no habría permanecido ni un minuto más en aquel lugar.
Comenzaba a adormilarme, así que decidí levantarme e inspeccionar la biblioteca en busca de alguna novela que amenizara la espera. Conocía el amor que Henry profesaba hacia la lectura, pero nunca pensé que su biblioteca fuera tan abundante. Mientras nadaba en aquel mar de títulos me dí cuenta de que Henry no sólo era aficionado a los saberes tradicionales, a la Filosofía y a la Medicina, a la Historia y la Literatura. Platón, Averroes, Hesíodo, Milton, Buffon y Goethe compartían espacio con otros muchos autores para mí desconocidos. Encontré toda una sección dedicada a libros prohibidos y estudios sobre civilizaciones perdidas. Henry había sido seducido por la magia y la mística, los estados transcendentales de la mente, no cabía ninguna duda. Por aquellos tiempos comenzaba a proliferar un tipo de búsqueda esotérica del conocimiento a cuya secreta popularidad contribuyeron sus numerosos adeptos. Reflexionando sobre ello tuve que admitir como algo probable que Henry fuera uno de ellos, pues su espíritu siempre estuvo abierto a cualquiera de las dimensiones del hombre. No era como yo, un escéptico. Todo servía, todo le intrigaba, todo lo aprendía.
Este descubrimiento despertó mi alerta. Algo me decía que lo sucedido hasta el momento pudiera acaso estar relacionado con aquella pasión oculta, con aquellas lecturas de locos. Tomé sin embargo un volumen de Jacques el Fatalista, esperando que la lectura ligera despejara mis inquietudes. Recostado de nuevo en el sillón, creo que me quedé dormido.

martes, 18 de agosto de 2009

DESDE LO OSCURO - CAPÍTULO III (LA CARTA)


Tal era mi estado la mañana de enero en la que recibí, de manos de mi fiel sirviente Collins, aquella maldita carta que nunca debí haber abierto. Cuál sería mi sorpresa al descubrir que había sido remitida por el mismísimo Henry Troyiat-Mecir.
-¿Se encuentra bien, señor? –señaló mi buen Collins al observar el estremecimiento que sufrió mi cuerpo ante semejante novedad.
-Sí, sí, no se preocupe –le contesté tratando de recomponer el rostro-, no me ocurre nada. Puede retirarse, por favor.
-Bien, señor.
Collins depositó la bandeja del desayuno en una mesa cercana a la cama y se marchó cerrando reverencialmente las puertas del dormitorio al salir. Dejé pasar unos segundos eternos y después tomé la carta y la abrí febrilmente. Se trataba apenas de unas líneas, esbozadas con una caligrafía que reconocí al instante.

Querido amigo –comenzaba-, regreso de un largo viaje pleno de experiencias que, estoy seguro, no le serán indiferentes. Mi mayor y más ferviente deseo no es otro que poder contárselo todo en el más breve espacio de tiempo. Por ello le ruego encarecidamente que acepte una humilde invitación y acceda a cenar esta misma noche en mis dependencias de Hitfield Road. La señora Dickson, portera del edificio, está al corriente de todo, ella le indicará el camino hasta mis habitaciones.
Sé que la proposición le parecerá un tanto extraña, teniendo en cuenta mi prolongado silencio. No ha de preocuparse, todo tendrá su explicación, mas en su debido momento.
Una cosa más. Quisiera pedirle que no cuente nada de esto a los demás. Sólo en usted confío.
Espero que acepte mi más respetuoso afecto y que sepa excusarme por este mi imperdonable comportamiento.

Suyo, H.T.M.

Resultará fácil comprender el estado de turbación que experimenté después de leer aquellas enigmáticas palabras. No salía de mi asombro. A pesar de las dudas y objeciones que se agolpaban sin orden ni concierto en mi cabeza, tomé la decisión de aceptar la extraña propuesta de Henry y acercarme a su casa. Así es la incontenible curiosidad del espíritu humano.
Pasé la tarde en el club, y he de decir que resultó complicado evadirse de las propuestas de aquellos que allí encontré.
-Pero cómo –vociferó en alguna ocasión el bueno de Cunningham-. ¿Tampoco esta noche brindaremos con un buen par de cervezas? John, John… ¿Detrás de qué faldas andas?
También tuve que eludir las preguntas de Jenkins y Neville, preocupados por el aspecto decaído y disperso que ostenté durante toda la tarde. A ninguno dije nada sobre la carta recibida aquella mañana, ni tampoco sobre mis proyectos nocturnos. Me ausenté sobre las cinco y media, fingiendo un intenso dolor de cabeza. No puedo precisar el tiempo que estuve vagando por las calles de Londres antes de encontrarme frente al edificio del West End en el que se hallaba la morada de Henry.

domingo, 16 de agosto de 2009

PURA CÉLULA


El miedo
desenreda
tu difícil paz,
como un labio de papel
que ardiera
vibrando en el desorden,
y a los márgenes,
cegada,
la pupila incandescente
expira.
Si no me traes el resto
esperaré,
donde siempre
se ensimisma
todo
lo que crece.

sábado, 15 de agosto de 2009

DESDE LO OSCURO - CAPÍTULO II (LA TERTULIA LANGUIDECE)


Por eso nos extrañó tanto que de pronto Henry Troyiat-Mecir dejara de acudir a nuestras reuniones. Tal vez se había cansado, estaba harto de tanta futilidad, de tanto juego de niños. Durante las lecciones permanecía silencioso y distante, y ya no discutía sobre los fosfatos con el profesor Griffin. Tenía un aspecto desaliñado, parecía no haberse afeitado desde hace días y los surcos bajo los ojos eran un claro indicio de largas noches de vigilia. Con respecto a mí, su actitud fue, cuanto menos, esquiva. En la multitud de ocasiones en que intenté acercarme a él recibí un trato frío y desapegado, impropio de un hombre al que consideraba mi amigo.
Poco después se esfumó sin explicación alguna. Parecía haberse desvanecido de la faz de la tierra, o, cuanto menos, de la gran urbe londinense. Ya no acudía a las clases, y tampoco respondía a los telegramas que le enviábamos al número 23 de Hitfield Road, una de esas callejas del West End cuyas paredes se inclinan tortuosas en la parte baja del río, donde había alquilado un pequeño estudio.
El extraño caso de su desaparición fue denunciado por algunos de nosotros, pero aunque desde Scotland Yard se nos aseguró la búsqueda inmediata de Henry, no podía ocultarse que aquellos días habían sido bastante difíciles para la policía. El hallazgo de tres prostitutas asesinadas brutalmente en las dos últimas semanas en White Chapel tenía la culpa de ello. Resultará evidente que todo el personal disponible estuviera en estos momentos ocupado en otra búsqueda.
Todas estas noticias llenaron de inquietud los espíritus –y he de incluir entre ellos el mío- de los que seguían acudiendo a las convocatorias semanales en torno al fuego de mi hogar. Así como la persona de Henry nos había honrado y asombrado con su presencia, era ahora su ausencia inexplicable lo que presidía, de algún modo, nuestras conversaciones. Pocos pensaban entonces que no volverían a ver a Henry. Cunningham solía farfullar que aquel francés había hecho muy bien largándose de allí.
-Faltaría más –comentaba limpiándose con el dorso de la mano la espuma de cerveza que manchaba su roja barba-, qué puede interesarle de un puñado de inútiles como nosotros.
Pero para todos, incluido el bueno de Cunningham, aquella desaparición había sido un duro trago. Todo seguía girando alrededor de Henry, como si nuestras almas abrazaran, sumidas en la inconsciencia, la necesidad de encontrarle, imaginando, creando turbias historias que pudieran guiarnos hasta él. En poco tiempo comenzó a flotar sobre nosotros una sensación de decadencia, como si la falta de Henry transformara nuestros sábados en una especie de rito absurdo, en la ruina de un pasado reciente y esplendoroso que ahora se desmoronaba poco a poco, ajada por el implacable viento de la inercia. Sí, lo echábamos de menos, lo añorábamos sin querer admitirlo. Sin su brillo, sin su carisma, nuestras voces, incluso nuestras propias relaciones, languidecían, como si antes de Henry no existiera nada, como si después de Henry tampoco debiera existir. Así fue como, después de cuatro años de reuniones en mi casa, tan sólo interrumpidas en los meses de ausencia estival, me vi obligado a clausurar este hábito social que tantas veladas agradables me había deparado.
Todo lo sucedido contribuyó a agriar mi carácter y, en cierto modo, a descuidar mis estudios. Comía poco y dormía peor. Nada me reconfortaba, es cierto. De alguna manera culpaba a Henry por la evolución de unos acontecimientos que me habían llevado a la patética situación actual. Quizás, en aquel arrebato de tácitos reproches reptaba indeliberado cierto sentimiento de envidia hacia Henry que nunca había sabido reconocer. Aquella aceptación por parte de los demás, aquellas miradas anhelantes de unas mujeres que jamás se habían dignado a saludarme, aquella expresión inconfundible de su rostro, tan segura, tan envolvente, habían dejado en un corazón tiznado por el amargo sabor de la soledad –y fue entonces cuando pude comprenderlo- las semillas del rencor.

jueves, 13 de agosto de 2009

HE AQUÍ EL SOL


Abro por última vez el portón,
en la linde que agota
el postrero segundo de la tierra.
La luna móvil acompasa el estertor,
este ahogo el cáliz placentero.
Los pies tantean la penumbra.
Quiero que me acompañes,
hasta el fondo, porque aquí ya no habrá
luz y podrás dormir mientras te miro.
Lejos alguno ha apretado el botón.
Ayúdame a entender lo que he perdido,
brota posesor, recuerdo.
Nada trasciende de la calma
con la que el aire se hostiga,
la tela horizonte que al ojo huye.
Ahora que un abismo espesa el cuerpo,
sol sangriento deflagra en perspectiva.
Hilo multiforme que agrieta,
muere el tiempo. Arriba la mitad.
Lo que se predijo sobreviene.
Vuelan ángeles oscuros,
aquí resuena un cuerno.

miércoles, 12 de agosto de 2009

DESDE LO OSCURO - CAPÍTULO I (DANDY)


El sorprendente valor de Henry residía en la dedicación absoluta y apasionada que siempre mostraba en todo lo tocante al ser humano. Amaba la filosofía y el arte, participaba en toda suerte de acontecimientos sociales y no recelaba en modo alguno de la buena literatura.
Henry Troyiat-Mecir había nacido en el seno de una familia aristocrática afincada en Poitiers, pero no obstante me atrevería a decir que era el menos francés de todos los franceses, carecía del orgullo y la pedantería de estos, sobre todo cuando se les trata en su terreno. Sin embargo resultó ser Henry el que se había decidido por el nuestro. Sus excelentes referencias le abrieron las puertas del King´s College de Londres, donde le conocí hace ya unos años. Ambos estudiábamos Ciencias Químicas, y si bien mi trayectoria académica era notable, puedo aseverar con una franqueza exenta de cualquier tipo de animosidad que hallé en su persona el prototipo ideal del genio.
Poseía Henry una viva e inteligente locuacidad, que si bien podía en ocasiones acabar con la paciencia de algún interlocutor despistado, nos embelesaba a nosotros, acostumbrados a la insipidez habitual de los discursos y asombrados, por lo tanto, ante esa extraordinaria mezcla de pasión y exactitud, de fantasía y respuesta que desprendían sus palabras.
Escucharle suponía para nuestras mentes la renovación de la fe en la armonía del mundo. La profunda tonalidad de su voz confería a sus intervenciones una gravedad impropia de su juventud, y ni siquiera el claro acento extranjero –que incluso favorecía aún más a su atractivo- destronaba el hálito irreprochable con el que Henry hacía inteligible a cualquiera la argumentación más caótica e incoherente.
Muchas fueron las veladas que pasamos al calor del fuego en mi residencia de Lexinton Road, y no había ocasión en la que Henry dejara de deslumbrarnos con aquella manera de narrar historias que, no sé ni cuando ni dónde, decía haber aprendido. Era demoledor. Para comprobarlo bastaría observar los rostros perplejos de Jenkins y Neville, mis antiguos compañeros de juegos en los veranos de Exeter, la noche que, recién llegados a Londres, acudieron a una de mis reuniones.
-Este francés es algo increíble- me confesó Neville ante la portezuela del coche que les llevaría a un hotel en el centro-, increíble. Pero a pesar de todo hay algo extraño en él.
-Ten cuidado, querido John –intervino Jenkins alargándome la mano desde la ventanilla-, no te fíes tanto de los desconocidos.
-No os entiendo, amigos míos –repuse un tanto desconcertado-, no veo nada en la actitud de Henry que pueda preocuparme.
-Por eso mismo, John, por eso mismo -Neville ordenó al cochero que partiera-, es demasiado jovial, demasiado perfecto… y eso no resulta normal. Hasta pronto amigo, estaremos en contacto.
Los cascos de los caballos dejaron sus ecos sobre el húmedo empedrado de la calle mientras yo regresaba a la cancela del jardín buscando aún el porqué de aquella reacción, ciertamente desacostumbrada en dos buenos muchachos de la tierra.
En otra ocasión Henry Troyiat-Mecir demostró sus amplios conocimientos sobre lirica inglesa recitando ante Jackson y Rowland, aprendices de la bohemia que había conocido en Queens, sonetos brillantes de Shakespeare y versos oscuros de Blake, Donne o Keats, con una efusión tal que a los poetastros, generalmente más preocupados por el buen escocés que rellenaba sus copas que por las disquisiciones literarias, les fue imposible sustraerse al delirio provocado por aquella voz envolvente, a esa primera vez en que, con toda seguridad, percibían el verdadero sentido de la existencia. Algún tiempo después Rowland me confesó con cierta amargura que aquella noche se había representado la muerte de su vocación artística, un mero juego de niños, una ilusión de juventud que acababa de esfumarse ante la percepción de la sencilla grandeza del francés y el reconocimiento consciente de que jamás podría llegar a su altura.
Sus excelentes dotes causaban, obvio es decirlo, una gran impresión en el sector femenino. Si bien no podía atribuírsele establecimiento alguno de relaciones con muchachas de la ciudad –y Londres es siempre un hervidero en lo que a la rumorología se refiere-, tengo pruebas fehacientes de que más de una señorita de Norfolk o Covent Garden suspiraba castamente por los ojos del extranjero, lo acechaba escondida desde su palco en el teatro o aspiraba a romper las rígidas leyes de la moral en los brazos de un caballero como aquél.
No es necesario admitir que era apreciado por la mayoría de nosotros. Incluso el tozudo de Cunningham, aquel mastodonte irlandés de cabellos rojizos y un temperamento de mil demonios, me sorprendió una noche confesando entre trago y trago de su querida black ale que por fin había encontrado a alguien al que no le apetecía romper la cabeza.
No es que fuera un líder. Tenía carisma suficiente para ello, pero no, no era ningún líder, le faltaban engreimiento, vanidad, ambición, y le sobraban sonrisas y palabras para todos. Derrochaba a manos llenas un espléndido trato con los demás, un don de gentes del que muchos carecían y un buen gusto que era a todas luces exquisito.
En aquella época de estudiantes ninguno de nosotros podía expresarse como Henry. Rodeados de un lujo embriagador y aficionados a la excentricidad verbal como vano gesto de rebeldía ante la vieja tradición de nuestros padres, la mayoría de nosotros no pasábamos de ser unos simples petimetres incapaces de hilar tres frases coherentes de un discurso razonable. La mordaza del pensamiento descubríase de inmediato en nuestras carencias como oradores. No era este el caso de Henry, cuyo potencial siempre me soliviantó hasta el extremo de convertirse en una obsesión. Él no, él hablaba, hablaba y reía, y no le preocupaban ni el entorno ni sus propios límites. Es más, creo que jamás nadie pudo llevarle al límite, y mucho menos sacarle de sus casillas.

martes, 11 de agosto de 2009

GARABATOUR CANTÁBRICO

Si ya os habéis recuperado de la bajada del Sella y habéis acabado con las reservas de sidra y agujetas, tenéis una buena ocasión de disfrutar de la buena poesía de la mano de autores que se reunirán hoy martes 11 de agosto de 2009, a eso de las 19:00 horas, en el Bar El Cantábrico (Jardines de la Reina, GIJÓN). No os lo perdáis. Poesía en el Cantábrico es un recital que aunará las voces de Víctor Sierra, Berna García, Ignacio González del Rey, Ignacio Elola y Rafa Cofiño.


Por si fuera poco Víctor Sierra aprovechará la ocasión para proseguir con su Garabatour y presentar sus poemas mañana día 12 de agosto de 2009 en Otero de Curueño (León) en un recital conjunto de música y poesía acompañado (y acompañando) las canciones de Manuel Villena. Que aprovechen los que puedan.

lunes, 10 de agosto de 2009

POVERA ITALIA, POVERA EUROPA


Italia es uno de los países más hermosos del mundo y cada uno de sus vicoli y esquinas rezuma a arte y cultura milenarias. Su territorio fue cuna de una de las más prósperas civilizaciones de todos los tiempos, y eso que Roma no se hizo en un día. El práctico y violento Imperio Romano es la base política de Europa. Por otra parte el primitivo cristianismo se fundamentó desde la estructura romana para vertebrar la religiosidad futura de una gran parte de este viejo continente. El Papado y las ciudades-estado independientes contribuyeron de manera orgiástica y a veces bárbara al final de una dura Edad Media y al impulso definitivo del Renacimiento. Desde el calcañar a la punta de la bota Italia siempre ha sido un extraordinario espacio palpitante que oscilaba entre el vicio y la virtud. Garibaldi unificó lo aparentemente imposible e Italia partió como unidad hacia el progreso.
Pero el siglo XX ha contribuido a empequeñecer cualquier atisbo de grandeza: primero el fascismo, luego la guerra y el plan Marshall han destruido y reconstruido a su modo, forjando toda una red de valores indecisos que van de la derecha a la izquierda y viceversa, y ojo, no hablo (salvo grandes excepciones neorrealistas) de la intelectualidad adocenada, sino de todo el mundo. Por entre los resquicios de esa indecisión siempre se han escapado la corrupción y las mafias.
El siglo XXI está siendo todavía peor para toda Europa, porque este neoliberalismo agresivo que nos rige se está cargando cualquier expectativa real de un estado de bienestar satisfactorio. Lo de antes fue un espejismo. Además el concepto de democracia es utilizado y tergiversado por individuos y organizaciones cuyo mensaje no es precisamente tolerante. No comprendo cómo las guerras y sus consecuencias se van olvidando tan fácilmente en este continente senil que agita unos odios, xenofobias y regionalismos, más allá (o incluso a través) de ese artificio llamado UE. No comprendo cómo puede ser legal cualquier partido de ultraderecha (en ningún lugar del mundo) y tampoco por qué la gente acaba votando a estos tipos.
Siempre he dicho que Italia es mi segunda casa y que siempre va conmigo, pero veo que todo va cambiando. El hombre que comanda el país se lo pasa en grande de villa en villa o hace bromas sobre campings después del terremoto. Y su pueblo lo quiere. El otro día se aprobó una durísima ley de inmigración en este país que siempre había sido ejemplo de tolerancia. Y el pueblo así lo quiere. Se autorizan las patrullas callejeras de ciudadanos desarmados (sólo faltaba que pudieran llevar pistolas) para que limpien las calles de escoria extranjera y delincuente. Y su pueblo (y muchos pueblos de Europa) así lo quiere(n). Lo siento hermanos, tardaré un tiempo en volver a Roma. Lo digo con todo el dolor que pueda expresarse, y siempre pensando en aquellos amigos, aquellas cosas que sin duda todavía siguen valiendo la pena. Lo triste es no poder salir también de España, no poder abandonar esta triste y vieja Europa en llamas.
PD. Por supuesto que no meto a todos en el mismo saco. Siempre han existido y existirán hombres y mujeres inconformistas que defienden sin cortapisas la libertad a todos los niveles. En Italia también, por descontado. Con ellos resiste la última gota de esperanza.

domingo, 9 de agosto de 2009

PRIMO TEMPORE


Mira
la esfera
que inventa
luz.

Conmigo.

Mira
la luz
que
inventas.

Que se escapa
si no miras.

sábado, 8 de agosto de 2009

MINK DEVILLE (CABRETTA)

Es un momento como otro cualquiera para recordar a este rockero con pinta de pirata que ejemplifica como pocos esa avided evolutiva que significa la mezcla: blues, soul y rock latino corrían por las venas y las cuerdas de la guitarra de un Willy DeVille que ahora se ha ido.
Willy DeVille es el nombre artístico que William Borsey adoptó coincidiendo con la creación de su banda Mink DeVille (1974-1985). Su trayectoria ha sido más o menos conocida en el panorama internacional. A menudo se comenta que era más valorado en Europa que en Estados Unidos (como por otra parte sucede, en diferente medida, con artistas como Bob Dylan o Lou Reed).


La primera imagen de De Ville que me viene a la cabeza es esta, con pañuelo, sombrero pendiente y bigotito estilo Zorro. Eran los tiempos de Backstreets of Desire (1992), y su sorprendente versión del tema de Jimi Hendrix "Hey Joe!". Después vendrían discos triunfales como Willy DeVille Live (1993) y temas como "Demasiado Corazón" o "Cadillac Walk". Pero no se puede entender esa eclosión de popularidad aparentemente tardía sin conocer la trayectoria musical previa, el largo camino recorrido.
Uno de los temas que DeVille acomete en directo en el nombrado Willy DeVille Live es esa pieza mágica titulada "Spanish Stroll". Esta canción pertenece originalmente al primer álbum que el músico sacó al mercado con Mink DeVille, titulado Cabretta en Europa y Mink DeVille en Estados Unidos (Vaya usté a sabé por qué). Fue en el año 1977. Cabretta es un puñado de canciones que oscilan en esa fina línea entre la lujuria y el deseo. El aspecto duro de Willy DeVille no ocultará jamás esa sensación nostálgica y elegante. "Spanish Stroll" es un magnífico ejemplo de todo ello. Os dejo la letra y la imagen. Los que la escuchen por primera vez descubrirán tal vez un sonido que les resulta familiar, pero no, no es Lou Reed, sino su contemporáneo (y como Reed, inolvidable) Willy DeVille.



SPANISH STROLL

Hey Mr. Jim I can see the shape you’re in
Finger on your eyebrow
And left hand on your hip
Thinking that you’re such a lady killer
Think you’re so slick!
Alright

Brother Johnny, he caught a plane and he got on it
Now he’s a razor in the wind
And he got a pistol in his pocket
They say the man is crazy on the West Coast
Lord there ain’t no doubt about it!
Well allright

Sister Sue tell me baby what are we gonna do
She said take two candles,
And then you burn them out
Make a paper boat, light it and...
send it out send it out now...

Spanish Stroll
Spanish Stroll
Spanish Stroll

Hey Rosita! ¿Donde vas con mi carro Rosita?
Tú sabes que te quiero
pero usted me quita todo
ya te robaste mi televisión y mi radio
y ahora quiere llevarse mi carro
no me haga así, Rosita
ven aquí
Hey, estese aquí al lado Rosita.
Spanish Stroll

Mira aquí!

Hey Johnny! Yeah, tenth street Johnny
We’ve been looking for you man
Everybody told me you had moved uptown
Hey! you wanna go for a ride
I’m going uptown myself
For what?
Yeah, ain’t it right?
Are you ready?
Are you ready?
Are you ready?
Are you ready?

viernes, 7 de agosto de 2009

CAMINO DEL BUKOWSKI CLUB (CUANDO ERA UN HABITUAL DE LOS MIÉRCOLES)

Avec cette darkness ostalgie

A veces me encaramo sobre brumas a los lóbregos promontorios del tiempo
para escuchar el rumor de corvas quillas
enfiladas al poniente mientras vuelves,
ahora que la madrugada pasa estéril entre páginas canela y tu silencio,
ahora que mantengo esta sed insomne
entre argólidos emboques de otro prieto vino viejo.
Qué hago aquí, tendido a la altura de las estrellas,
parapetado como siempre en mi propia inconsistencia.
Desde arriba se adivinan los ávidos temblores del puerto,
la madera aproximándose a los fondeaderos,
la carga de coral, de pulpos conquistados esta noche,
las visiones errabundas que la gente retoma en las tabernas.
Escogería escudriñar el velo, encenagarme,
vagar por las aceras como un loco,
doblarme en las esquinas como un ciego,
tal vez preferiría los instintos,
el ruido de sirenas tras el vidrio,
la vida condenada en la escafandra,
la voz de los poetas inconfesos.
A veces me sumerjo en malasaña,
atrás queda la tranquilidad de los muros,
atrás quedan la casa y todos los buenos augurios
para el que rastrea de adoquines los abismos.
Qué insólito es para algunos este caminar desnudo,
acaso habré dejado nuestros miedos en la orilla, sin reflejos,
mientras los vecinos duermen,
ajenos al sindicato del hambre.
La deriva que siempre se repite:
sorteo cancerberos abrigados en pachá,
cruzo en rojo fuencarral y subo un poco,
rozo la arista en que reclamo mi alimento: pizzas de oriente;
este mundo está plagado de lotófagos;
luego a veces velarde me remolca a un cercano dos de mayo,
doscientos años a través de antiguos magos y bar puerto y vía láctea,
o persigo la corredera de carteles y tupperwares y catrinas
y motoristas y tiendas vintage y nocturnidades de peluquería;
recuerdo algún graffiti alguna noche alguna pared eterna,
dejo atrás el penta el triskel el enorme chino que oscurece más arriba;
paso delante del angie del estarcafé del ajedrez de la portuguesa del redbar
y compro tabaco aquí enfrente, soñando cañas y alitas de pollo enrabietadas;
en el 25 un tal chinaski me saluda apoltronado: entra, me dice…
mientras busco a old greg cockroach al otro lado de la puerta.
Qué hago aquí, cumplido mi destino de uliseida,
que hago aquí parapetado como siempre en mi propia inconsistencia.
A veces me encaramo sobre brumas a los cómplices murmullos de mi tiempo,
a veces he desecho este momento con la extraña sensación de seguir vivo.

jueves, 6 de agosto de 2009

EL JUICIO ARCÁDICO (TRAS UN EXHAUSTIVO PRIAMIEL)

Et in Arcadia Ego, de Nicolas Poussin

Has vuelto, pájaro del color del cielo, a seducirnos una vez más con tu canto. Contemplamos como si se tratara de un fresco apurado por las manos del mejor de los artistas las figuras hieráticas de dos hombres después de la batalla, de dos héroes después de las palabras.
Pero ignoramos, y acaso siempre ignoraremos, la respuesta de la ninfa, mujer o diosa a tan elocuentes argumentos. Quizá no exista esa respuesta, quizá no fuera la elección el propósito final de esta historia, sino su pretexto.
Qué juzgas tú, ave digna, que todo lo sabes. ¿Callas? Nosotros alzamos la copa ante ti y deliberadamente enmudecemos.


miércoles, 5 de agosto de 2009

NUEVAS BOLSAS DE TRABAJO


Atendiendo a la normativa europea vigente, así como a las recomendaciones del Ministerio de Medio Ambiente y de algunos hipermercados, el Instituto Nacional de Empleo (INEM) ha decidido acometer una profunda reconversión en su sistema organizativo. Según fuentes más que secretas no hay marcha atrás. A partir del próximo año las bolsas de trabajo dejarán de ser de plástico. En aras a un mundo más sostenible resultaba extraño, contraproducente e incluso insano mantener operativas estas bolsas que tardan 400 años en descomponerse y de las cuales sólo se recicla el 10%. A este respecto la ilustre institución conmina a los parados a irse acostumbrando y propone alternativas como bolsas de papel de estraza como las que sirven para esconder el alcohol en los Estados Unidos o, llegado el caso, de cartón, material noble y maleable que además puede y debe ser utilizado por los parados para la confección de su propia vestimenta, como observarán en esta graciosa ilustración.


En otro orden de cosas, parece ser que, dado el éxito parcial que se está observando entorno a las cifras de desempleo a lo largo del verano y después de asimilar el hecho de que los colores corporativos de la Comunidad de Madrid son los mismos que los de su club, los jugadores del Athetic de Bilbao no han dudado en ponerse a la cola del paro por si cae alguna ofertilla por ahí.


Y es que la reentrada en el mercado de señores como Florentino Pérez ha provocado un sutil despertar de las conciencias económicas: sigamos inflando el pato de goma. Ante la perspectiva de ofertas millonarias, un aluvión de jugadores disconformes se avalanza a diario sobre esas colas ya de por sí repletas a la espera de una llamada salvadora. No es extraño encontrarse a las ocho de la mañana con escenas de verdadera tensión en las que cada cual defiende su palmo de tierra. Fíjense lo que le costó al bueno de Ibrahimovic llamar a las puertas del Barça.


A pesar de las medidas disuasorias de las fuerzas del orden la afluencia de futbolistas es tal que algunas web de empleo ha abierto una zona especial (previo pago) sólo para ellos, con todo tipo de instrumentos personalizados que permitirán a los interesados gestionar su propia y activa búsqueda. Ante todo, repiten una y otra vez, hay que empezar actualizando el curriculum. Si el último cromo en el que sales es de la temporada 82-83 o la fotografía que has colgado en la página es de 1871 creo que lo llevarás crudo para encontrar equipo.


Pasada la primera criba (y sólo por justificar un poco más el sueldo de RRHH) es posible acceder a diversas entrevistas y pruebas de selección individuales y colectivas, a las que se recomienda acudir bien vestido para la ocasión (camiseta y calzoncillos bien planchados) y sin dejar absolutamente nada a la improvisación. Hay que tener siempre la cabeza sobre los hombros.


Sólo unos pocos tendrán la suerte de abandonar las largas filas ante la oficina de empleo, pero es que Ronaldo no hay más que uno (o dos). Sin embargo, cientos de ETT y ONG y CSI y CIA y ONU y CGPJ aconsejan no tirar la toalla y afrontar los fracasos como el paso previo a los futuros triunfos. Baste ver las caras de Oliver o Pep Guardiola después de recorrer el camino más largo hacia el éxito.

martes, 4 de agosto de 2009

SECRET STORY


Un nombre: Pat Metheny. Una propuesta deliberadamente instrumental. Una duda también: no sé si soy la persona más adecuada para hablar de uno de los más grandes músicos de jazz de todos los tiempos. Un músico que es además contemporáneo. A este respecto debería haber hecho más de una consulta al bueno de Alberto Román, seguidor incondicional de Pat Metheny, al que envidio sinceramente por tener una fotografía junto al maestro. Para una información seria y experta existe una web oficial de Pat Metheny. Yo soy un simple degustador que un día descubrió un peculiar estilo de tocar la guitarra y otro día le puso cara al artífice, un pequeño aficionado que cumplió el deseo de verlo tocar en directo hace cuatro o cinco años, cuando el Pat Metheny Group vino a presentar su disco The Way Up a Alcalá de Henares.
Pat Metheny (Kansas City, 1954) empezó dándole a la trompeta, pero por fortuna se pasó a la guitarra con doce años y no ha parado hasta ahora. Pat Metheny es una metonimia, un hombre a una guitarra pegado, un nombre definido por un estilo ecléctico y particular a la hora de tocar, que mezcla una soltura y flexibilidad habitualmente reservada para músicos con una avanzada sensibilidad rítmica y armónica y una capacidad de improvisación moderna, pero al mismo tiempo deudora de los grandes del blues, el swing y jazz más tradicionales.
Pat Metheny es un ejemplo de explorador que ha seguido redefiniendo su estilo a través de las nuevas tecnologías y trabajando constantemente para evolucionar el potencial de su guitarra, y de su sonido en general. No es este el lugar para hacer una revisión de su ingente obra. Metheny es un caleidoscopio que reparte música por todas partes: en la guitarra del solista, en su carga eléctrica, acústica u orquestal, minimalista y atonal o complicadamente trans-fundida en ritmos que van desde el jazz hasta el rock moderno y clásico. Músico, maestro, compositor, productor y descubridor (entre otros artistas, de Noa o Anna Maria Jopek), su exploración musical le ha devuelto diecisiete Grammys en distintas categorías, así que por algo será.

Pat Metheny a lomos de su Pikasso de 42 cuerdas, confeccionada por la luthier Linda Manzer.

Mis recuerdos proustianos con respecto a Pat Metheny tienen que ver con algunos temas del Pat Metheny Group, esa banda de alto voltaje en la que compartió descargas de creatividad con el teclista Lyle Mays. Joyas como "Minuano" o , "Last train home" o "Letter from home" y discos como Still Life (Talkin') (1987) o The Way Up (2005) siguen poniéndome la piel de gallina. También alguna de sus bandas sonoras como la de A map of the World (1999) o colaboraciones como la que experimenta a las órdenes de Steve Reich en Electric Counterpoint (1987) producen el mismo efecto dermatológico. Pero aquí quiero destacar una obra personal que firma con el título de Secret Story (1992).
Toda la creatividad de Metheny se despliega en catorce temas variadísimos que crean una obra compacta camino de la melancolía. Un disco que surge por amor y que reune colaboraciones de artistas como Charlie Haden, Lyle Mays, Steve Rodby, Paul Wertico, Dan Gottlieb, Armando Marçal, Nana Vasconcelos y Mark Ledford (compañeros de Metheny en el Pat Metheny Group), Will Lee, Anthony Jackson, Steve Ferrone, Gil Goldstein o Toots Thielemans, además de contar con la participación de la London Orchestra conducida por Jeremy Lubbock. Pat Metheny acaparará todo tipo de guitarras, además del piano, los teclados, el bajo eléctrico y la "percusión eléctrica" controlada por su querido Synclavier, con un resultado sorprendente.
En el disco destacan sobre todo las cuatro luminosas canciones del arranque: "Above the Treetops", basada en la canción espiritual camboyana "Buong Suong"; la cabalgada sonora de "Facing West"; o esa rareza polirrítmica llamada "Cathedral in a Suitcase". Y, por encima de todo, los diez minutos largos de "Finding and Believing". Después el disco se hace más intimista y elusivo.
Os dejo aquí las dos partes de "Finding and Believing", una melodía marcada por la sección de cuerda, una inicio groove frenético y muy rítmico, un interludio orquestal, una sección de puro jazz, en la que Metheny despliega una hermosa melodía armónica. Y absorbidas por todo esto, las extáticas voces de Mark Ledford lanzándose a un abismo sincrético entre el la nada y el todo, entre el caos y el orden. Lo dicho, una joya. Esta versión en directo pertenece al concierto de Varsovia (30 de mayo de 1993), una de las citas del Secret Story Tour. No os dejéis engañar por la duración y a disfrutar.






lunes, 3 de agosto de 2009

POESÍAS COMPLETAS DE JOHN KEATS

Retrato de John Keats, de William Hilton

Algunos piensan que John Keats (1795-1821) era un niño bien. Aquellos ingleses libres y cultos de costumbres disipadas y excelentes modales que ocupaban largos periodos de su juventud en un Grand Tour a través de las exóticas explanadas de Europa (y a veces más allá) no eran precisamente unos desarrapados. Pero si se ahonda en la biografía de este poeta impecablemente atormentado es posible comprender el error de tal creencia. Huérfano desde una corta edad, su infancia y educación estuvieron a cargo de su abuela. Primero se empapó de los clásicos grecolatinos. Poco después a su abuela se le ocurrió la brillante idea de que el niño fuera cirujano. Es evidente que algo había fallado en el cálculo, porque a John Keats le dio por graduarse en Farmacia y dedicarse, cómo no, al enrevesado y tortuoso mundo de la literatura. Esa decisión tuvo dos consecuencias directas para el joven John: la primera, que podía olvidarse para siempre de un sueldo de médico; la segunda, que muy pronto, a través del poeta y editor Leigh Hunt, entraría en contacto con uno de los círculos poéticos más selectos de la historia contemporánea, al lado de gente tan poco común como Percy Bysshe Shelley o Lord Byron. Su amistad con estos hombres se constituye, desde luego, como la causa y razón principal por la que algunos siguen pensando que John Keats era un niño bien. Su obra poética fue bastante incomprendida en su momento, aunque esto es algo que suele ocurrir a menudo con los buenos poetas. Textos que ahora son considerados grandes clásicos apenas tuvieron repercusión en su tiempo. Así ocurrió, por ejemplo, con sus primeros Poemas (1817), o con el épico Endymion (1818).
Lo que interesa de Keats es, sin embargo, su propia poética: el hecho poético en sí fue uno de las preocupaciones habituales del poeta, como demuestra en numerosas cartas. Y su visión de la poesía, una vez más al contrario de la habitual creencia, rompía con las ideas románticas que están expandiendo muchos de sus colegas.
Para Keats, por ejemplo, no es poesía lo que ha sido creado para recobrar lo que está ausente. El lamento, la elegía, no son poesía. Keats preferirá las odas, el canto, la musicalidad propia de las palabras más allá del sentido adherido a las mismas. Si la poesía es deseo de lo que una vez fue, lamento de lo que ahora se es, acaba convirtiéndose en un instrumento moralizador, educativo, reflexivo, cuadriculado. Pero Keats, como confesó en una carta del 3 de febrero de 1818, odiaba "la poesía que tiene un diseño palpable".
En esta línea, John Keats se diferenciaría de los demás románticos ingleses (y por eso es al que más admiro de todos ellos) porque destronaba el poder del Yo en la poesía. Keats escapó de la tiranía del Yo (tan romántica, tan contemporánea también) buscando un otro lado del ser donde no el Yo, sino el Otro fuera el soberano.
En 1819 Keats escribió sus poemas más conocidos: "Oda a Psyche", "Oda a una urna griega" y "Oda a un ruiseñor", piezas clásicas de la literatura inglesa y universal, que aparecieron en el tercero y mejor de sus libros, Lamia, Isabella, la víspera de santa Inés y otros poemas (1820).
Poco después su salud empeoró debido a una tuberculosis y esta es la razón por la que Keats habría viajado a Italia. En Roma encontró la muerte y una tumba en el Cementerio Inglés, junto a la Pirámide Cestia.
Su obra ha sido publicada de mil maneras diferentes. Mi edición preferida, la que siempre tengo a mano, es una edición bilingüe de su Poesía Completa, publicada en dos tomos por Ediciones 29, con traducción de Arturo Sánchez, encontrada hace mucho tiempo en la Feria del Libro Antiguo de Madrid.
Sin embargo, y sin que sirva de precedente, dejaré aquí el texto en inglés de "Ode on a Grecian Urn" y lo complementaré con la traducción que en su momento hizo otro grande, Julio Cortázar.



ODE ON A GRECIAN URN

I.

THOU still unravish’d bride of quietness,
Thou foster-child of silence and slow time,
Sylvan historian, who canst thus express
A flowery tale more sweetly than our rhyme:
What leaf-fring’d legend haunts about thy shape
Of deities or mortals, or of both,
In Tempe or the dales of Arcady?
What men or gods are these? What maidens loth?
What mad pursuit? What struggle to escape?
What pipes and timbrels? What wild ecstasy?

II.

Heard melodies are sweet, but those unheard
Are sweeter; therefore, ye soft pipes, play on;
Not to the sensual ear, but, more endear’d,
Pipe to the spirit ditties of no tone:
Fair youth, beneath the trees, thou canst not leave
Thy song, nor ever can those trees be bare;
Bold Lover, never, never canst thou kiss,
Though winning near the goal - yet, do not grieve;
She cannot fade, though thou hast not thy bliss,
For ever wilt thou love, and she be fair!

III.

Ah, happy, happy boughs! that cannot shed
Your leaves, nor ever bid the Spring adieu;
And, happy melodist, unwearied,
For ever piping songs for ever new;
More happy love! more happy, happy love!
For ever warm and still to be enjoy’d,
For ever panting, and for ever young;
All breathing human passion far above,
That leaves a heart high-sorrowful and cloy’d,
A burning forehead, and a parching tongue.

IV.

Who are these coming to the sacrifice?
To what green altar, O mysterious priest,
Lead’st thou that heifer lowing at the skies,
And all her silken flanks with garlands drest?
What little town by river or sea shore,
Or mountain-built with peaceful citadel,
Is emptied of this folk, this pious morn?
And, little town, thy streets for evermore
Will silent be; and not a soul to tell
Why thou art desolate, can e’er return.

V.

O Attic shape! Fair attitude! with brede
Of marble men and maidens overwrought,
With forest branches and the trodden weed;
Thou, silent form, dost tease us out of thought
As doth eternity: Cold Pastoral!
When old age shall this generation waste,
Thou shalt remain, in midst of other woe
Than ours, a friend to man, to whom thou say’st,
«Beauty is truth, truth beauty,»- that is all
Ye know on earth, and all ye need to know.


December 30, 1816.

Poems (published 1820)


ODA A UNA URNA GRIEGA (Traducción de Julio Cortázar)

I.

Tú, todavía virgen esposa de la calma,
criatura nutrida de silencio y de tiempo,
narradora del bosque que nos cuentas
una florida historia más suave que estos versos.
En el foliado friso ¿qué leyenda te rondade dioses o mortales, o de ambos quizá,
que en el Tempe se ven o en los valles de Arcadia?
¿Qué deidades son ésas, o qué hombres? ¿Qué doncellas rebeldes?
¿Qué rapto delirante? ¿Y esa loca carrera? ¿Quién lucha por huir?
¿Qué son esas zampoñas, qué esos tamboriles, ese salvaje frenesí?


II.

Si oídas melodías son dulces, más lo son las no oídas;
sonad por eso, tiernas zampoñas, no para los sentidos, sino más exquisitas, tocad para el espíritu canciones silenciosas.
Bello doncel, debajo de los árboles tu canto
ya no puedes cesar, como no pueden ellos deshojarse.
Osado amante, nunca, nunca podrás besarla
aunque casi la alcances, mas no te desesperes:
marchitarse no puede aunque no calmes tu ansia,
¡serás su amante siempre, y ella por siempre bella!

III.

¡Dichosas, ah, dichosas ramas de hojas perennes
que no despedirán jamás la primavera!
Y tú, dichoso músico, que infatigable
modulas incesantes tus cantos siempre nuevos.
¡Dichoso amor! ¡Dichoso amor, aun más dichoso!
Por siempre ardiente y jamás saciado,
anhelante por siempre y para siempre joven;
cuán superior a la pasión del hombre
que en pena deja el corazón hastiado,
la garganta y la frente abrasadas de ardores.


IV.

¿Éstos, quiénes serán que al sacrificio acuden?
¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante,
llevas esa ternera que hacia los cielos muge,
los suaves flancos cubiertos de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad a la vera del río o de la mar,
alzada en la montaña su clama ciudadela
vacía está de gentes esta sacra mañana?
Oh diminuto pueblo, por siempre silenciosas
tus calles quedarán, y ni un alma que sepa
por qué estás desolado podrá nunca volver.


V.

¡Ática imagen! ¡Bella actitud, marmórea estirpe
de hombres y de doncellas cincelada,
con ramas de floresta y pisoteadas hierbas!
¡Tú, silenciosa forma, tu enigma nuestro pensar excede
como la Eternidad! ¡Oh fría Pastoral!
Cuando a nuestra generación destruya el tiempo
tú permanecerás, entre penas distintas
de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo:
«La belleza es verdad y la verdad belleza»... Nada más
se sabe en esta tierra y no más hace falta.


Una web imprescindible para saber más de Keats: http://www.john-keats.com/

Keats, John, Poesía Completa (Edición Bilingüe), Ediciones Del Río, Ediciones 29, Barcelona, 1976, 2 Vol.