Recuerdo, allá por los primeros noventa, cuando en la clase de literatura española del instituto nos dieron unas fotocopias improvisadas con poemas de autores contemporáneos, versos y vidas que no entraban todavía en un libro de texto que acababa prácticamente en la poesía social de la posguerra. Creo que era en COU. Seguramente a la mayoría les pasaron desapercibidas estas voces, como el resto de las voces prefijadas en el conspicuo libro oficial. Si embargo para algunos aquella ladina iniciativa de la profesora fue todo un acierto. Lo supuestamente nuevo era increíble.
Pero ahora el tiempo, ahora la muerte se está llevando a varios de esos autores inspiradores, Félix Grande, ahora Leopoldo María Panero, y alguno más que he traspapelado. Ahora la muerte avisando, los ciervos de mis venas que envejecen, el vacío que va quedando. Sé que tengo esas fotocopias por alguna parte. Lo sé porque las metí en alguna de las cajas de mi última mudanza, entre otras muchas huellas bachilleres. Puede que sea la hora de buscarlas, en algún rincón del trastero, en el altillo, bajo alguna montaña de papeles, antes de que se revuelva otra vez el olvido.
Leopoldo María Panero una vez dijo
SENESCO, SED AMO
Amor mío, los árboles son falos que recuerdan al cielo lo que fui,
y todos los hombres son monumentos de mi ruina.
De qué sirve llorar, en este crepúsculo en que el amor empieza
si estás tú frente a mí, como lo que un dia
fuiste: presagio de mi mismo, no de mi destrucción, última rosa
para levantar la tumba,
para ponerla en pie como árbol
que contará de nuevo los cielos
mi vida, mi historia que el ocaso vuelve perdida, como embalaje en manos de extraños
como excremento que a tus pies coloco o
abrumador relato fantástico: que yo era un perro
vagando donde no había vida,
lamiendo dia a dia la lápida que me sugiere
y ahora seré si quieres, fuego fatuo
que alumbre por las noches tu lectura, y ruido
de fantasmas para alejar el silencio, y canción en la sombra, y mano
que no supo de otra, y hombre
buscándote en el laberinto, y allí gritando cerca del monstruo tu nombre, e imaginando tus ojos.
PANERO, L. Mª., Last River Together (1980)
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