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sábado, 26 de abril de 2008

MELLON COLLIE AND THE INFINITE SADNESS

Dejando a un lado a los grandes monstruos intocables (Rolling Stones, Bob Dylan, The Who, Lou Reed, etc), y ante la multiplicidad de los grupos surgidos a finales de los ochenta y en los noventa a la sombra del rock (ese manantial anárquico de ritmo y letra, extinguido en los setenta para algunos) parece imposible decantarse por nadie. Los estilos se fueron mezclando y confundiendo hasta convertirse en un (no siempre negativo) international sound ecléctico. Sin embargo siempre he pensado que la continuidad está en el espíritu, y el rock permanece porque de vez en cuando un puñado de jovenzuelos creativos reunidos sin saber por qué se atreve a escuchar a los clásicos, a copiarlos, versionarlos y adaptarlos a su propia vibración e incluso romper definitivamente con ellos hasta encontrar (cada cual a su modo) un camino novedoso y vigorizante. De cuántos garajes y reuniones clandestinas acústicas, de cuántos homenajes etílicos o combinaciones esporádicas habrán partido las nuevas inspiraciones.
A menudo se producen oleadas, tempestades de conexión que movilizan y realimentan hacia un sonido particular a una serie de músicos inquietos. En todos los lugares ha sucedido: en Argentina, en Australia, en Islandia, incluso en España. Pero mi obsesión se centra sobre todo en el aspecto anglosajón de la cuestión (casi pareado). En los ochenta / noventa he observado este fenómeno en varias ocasiones, pero sobresalen por su potencia dos tendencias:
Por un lado, el sonido británico, atenuado por la psicodélica adicción de las nuevas tecnologías, todavía deudor de los Beatles, orientado hacia un pop más o menos sesudo, o inducido brutalmente por la incandescencia punk (a veces me sorprendo añorando ese sonido Manchester, el cuelgue fiestero de los Happy Mondays o la sinuosa batería de los Stone Roses, a veces me sorprendo salvando a la reina con los Sex Pistols o sueño con Tom Yorke metamorfoseándose bajo el aura de su propia tristeza).
Por el otro, la sombra oscura y rasgada de los músicos del otro lado del charco, la iconoclasta adolescencia grunge sin pelos en la lengua (pero con muchos pelos en otras partes), que se desperezaba también entre guitarras punk y letras de cantautores y poetas. Nirvanizaré otro día, le daré al Red Hot otra oportunidad tal vez, pero la verdad es que todo este preámbulo indie-rollo sólo sirve para hablar del grupo que más me sacudió en los noventa: The Smashing Pumpkins.
The Smashing Pumpkins nació como grupo en
Chicago, Illinois, en 1988. A menudo, especialmente en sus inicios, el grupo fue catalogado dentro del estilo grunge por haberse formado la banda en la misma época de apogeo de dicho estilo. Pero luego derivó hacia otros horizontes.
Aunque sus primeros discos son ya masterpieces (ni Gish ni Siamese Dream tienen desperdicio), quiero sacar de mi jukebox particular este álbum doble poéticamente titulado Mellon Collie and The Infinite Sadness.
El disco fue lanzado el
24 de octubre de 1995. Constaba de 28 canciones perniciosamente diferentes y que hacen de Mellon Collie una obra total. Esta ópera-sueño del rock alternativo llegó a vender dieciséis millones de copias en el mundo y consiguió nueve discos de platino, convirtiéndose en el álbum doble más vendido de la década en ese momento. A mí me llegó la fiebre un poco después, en el otoño romano del 96, pero desde entonces el virus de la melancolía infinita persevera, sólidamente inoculado, en algún lugar de mis venas. Billy Corgan (guitarra y voz de pito, a veces desagradable) era la cabecita pensante de la que surgieron las 56 canciones compuestas en origen para el disco, aunque el resto de la formación en aquel momento no le iba a la zaga y todos tuvieron un papel importante en la grabación. James Iha (guitarra), D'arcy Wretzky (bajo) y Jimmy Chamberlin (batería) le acompañaron fructíferos en aquel viaje.
El viaje constaba de dos discos. El primero, Dawn to dusk, transitaba por espacios oscuros y primordiales, familiarizados con esa primera parte de la noche. Aunque ambas partes alternan los temas melódicos con los ardores de la potencia, Dawn to dusk se adivina más inaccesible. Al lado de los singles más conocidos como “Tonight, tonight” o “Bullet with Butterfly Wings” se acumulan joyas abrasivas como “Zero” o “Fuck You (An Ode to No One)”, sonidos cercanos a los de Siamese Dream (“Muzzle”) o verdaderas piezas envolventes como “Porcelina of the Vast Oceans”. El segundo, Twilight to Starlight, afrontaba la noche desde la perspectiva del que encuentra la luz. Así, los temas se hacen más llevaderos sin desprenderse jamás de la tristeza o el estupor. “1979” fue su principal single y todo un himno generacional. Pero tampoco resultan menores temas como “In the arms of sleep”, la psicoaceleradaeincendiariaguitarra de “Bodies” o el particular juego de “We only come out at night”. El disco peca, quizá, de un final en diminuendo demasiado largo, como si el anticlímax se hubiera extendido en exceso sobre las últimas cuatro canciones, todas ellas baladas. Pero el resultado es en conjunto (siempre desde mi humilde punto de vista) extraordinario.
El viaje de los Smashing Pumpkins, ese grupo grunge que nunca fue, ese emblema del rock alternativo que nunca fue, esa marca mainstream que nunca quiso ser, representó, para mí, esa gota de creatividad arrancada en el corazón de la incomprensión, una esperanza de grito en medio de los individualistas años noventa. Y no es poco. Sus huellas se han dejado sentir sin duda en numerosos epígonos. También en España. Acérrimos y puristas se llevarán las manos a la cabeza si digo a qué me suenan algunos temas de Piratas o de Vetusta Morla. Y ojo, si eso fuera así tampoco estaría nada, pero que nada mal.
En fin, lo de siempre. Que muy recomendable. Os dejo con el video de “Tonight, tonight”, este homenaje orquestado y a todo color de otro viaje, a la luna, de un tal Meliès.


3 comentarios :

  1. Aaaaah, ¡me encantan los Smashing! Hace unos 10 años tuve una época totalmente pumpera (que sigue aún, de hecho ahora, con la ayuda de Patty, estaba pensando en algo de este estilo para un poemario) y, por supuesto, el Mellon Collie es un disco redondísimo (más allá de la forma de disco, juas)
    Me parece una joya completa, desde el tono irónico de inocencia maligna, un poco estilo Lolita("your innocence is treasure, your innocence is death") hasta el libreto, muy cuidado con esos dibujos infantiles y grotescos (el disco entero, creo yo, juega mucho con la infancia, Alicia en el país de las maravillas, músicas muy de tíovivo, a veces). Y creo que otro de los valores es la variedad, ¿cómo se puede encontrar en el mismo trabajo "We only come out at night" y "X.Y.U."?
    Bueno, que me flipo sola.

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  2. Totalmente de acuerdo contigo.
    Este es mi disco de cabecera desde hace mucho tiempo.

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