Tal y como señalé en la introducción a este blog, uno de mis propósitos era el de llevar hasta este lugar parte de mis experiencias (más o menos absurdas) y, por supuesto, las lecturas que me han causado alguna vez vértigo. No se trata de proselitismo, venta de ideas o exhibicionismo barato. Tan sólo pretendo que conozcáis algunas de las caras de mi poliédrica sed. De vez en cuando realizaré breves comentarios (ni exhaustivos ni filológicos, of course) de obras literarias y/o audiovisuales que han influido en mi trayectoria más o menos errática.
Comienzo la revisión de esta biblioteca destartalada con una de las joyas literarias que mayor impacto causaron en mi juventud (así he salido después, je, je). Las Iluminaciones de Rimbaud llevan ya trece años en mi poder (imaginad el libro así, en manos de un imberbe melenudo de diecinueve añitos), y a menudo vuelve a perseguirme con su aliento de frescura irresistible, de modernidad arrolladora. ¡Qué rabia empezar a leer a la edad en que otro ya ha dejado de escribir!
En 1875 Verlaine ya había manejado los textos de l’enfant terrible, pero los mismos sufrieron una serie interminable de vicisitudes, confusiones, añadidos y tergiversaciones que hacía imposible su reconocimiento, hasta que casi cien años después la editorial Gallimard publicó unas Obras Completas de Rimbaud en las que se establecían definitivamente los parámetros generales de las Iluminaciones como el conjunto de poemas en prosa que conocemos hoy en día.
Poemas en prosa que, si bien no tienen la riqueza formal que aporta Baudelaire, desde luego ahondan con energía súbita y penetrante en el inconsciente colectivo de ese final de siglo XIX ya tan lejano y rejuvenecen a gritos el panorama poético del momento, aformales y mundanos, abismales y reconcentrados, desencadenados vértices del objetivismo, iluminaciones, estampas que obvian y bordean ese yo que tan de moda estaba entonces, que habita ahora universal entre los versos de más de uno.
Lectura de juventud, sí, pero que, al menos en mi caso, no ha perdido un ápice de su potencia destructora de los tópicos. Lectura que me revuelve, a la que recurro siempre y que me influye, incluso ahora mismo, cada vez que escribo, io confesso.
Existen una infinidad de versiones más o menos válidas de las Iluminaciones, pero me decanté en su momento (y sigo recomendándola siempre) por esta, bilingüe, editada por Hiperión, sin duda debido a la fina traducción de Juan Abeleira, de una sonoridad casi inquietante. Como muestra bien vale un botón, sí. Pero esta vez no repetiré el fragmento más conocido y perdurable: Matinée d’ivresse (Mañana de ebriedad). Prefiero este otro, que, como notaréis, parece haber sido escrito en nuestros días.
SOIR HISTORIQUE (ATARDECER HISTÓRICO)
Un atardecer cualquiera, por ejemplo uno de esos en que el turista ingenuo se encuentra retirado de nuestros horrores económicos, la mano de un maestro anima el clavicordio de los prados; en el fondo del estanque, espejo evocador de las reinas y de las favoritas, se juega a las cartas; sobre el poniente se alzan las santas, los velos, las prolongaciones armónicas y los cromatismos legendarios.
Él se estremece al paso de las cacerías y de las hordas. La comedia gotea sobre los tablados de césped. ¡Y la turbación de los pobres y los débiles sobre estas planicies estúpidas!
Esclava de su visión, Alemania se yergue hacia las lunas; los desiertos tártaros se iluminan; las antiguas revueltas se agitan en el centro del Celeste Imperio, por las escaleras y ante los sillones reales; un mundo pequeño, descolorido y llano, África y Occidentes, va a edificarse. Luego un ballet de mares y noches conocidas, una química sin valor, y melodías imposibles.
¡La misma magia burguesa en cualquier lugar donde nos deje la silla de posta! El más elemental de los físicos advierte que ya no es posible someterse a esta atmósfera personal, bruma de remordimientos físicos que ya al ser constatada aflige. ¡No! El momento de la estufa, de los mares encrespados, de los incendios subterráneos, del planeta furioso y de los consiguientes exterminios: certezas descritas de un modo tan claro en la Biblia y por las Nornas, y que a todo ser sensato le será dado vigilar. Sin embargo, ¡su efecto no será nunca legendario!
Rimbaud, Arthur, Iluminaciones (Iluminations) seguidas de Cartas del Vidente, Ed. Bilingüe, Madrid, Hiperión, 1995.
A ver si pillo a Rimbaud por banda. Por cierto ¿puedo pillarte este artículo para el blog http://blogs.parasaber.com/poetastro/posts desde luego poniéndote a ti como autor del mismo, enlace a tu blog, etc.?
ResponderEliminarPor supuesto que puedes
ResponderEliminarSi lo quieres llamar artículo.
Pero es simplemente una reseña de gustos adolescentes.
Si sirve para algo.
Todo tuyo