Perseguimos la senda de luz caliente, el temblor de millones de llamas que llenan de una belleza misteriosa las calles empedradas de Pedraza, caminamos así en la noche oscura del alma hasta alcanzar un extremo de la plaza, y es entonces cuando adivinamos la presencia del grupo salvaje, percibimos a lo lejos sus figuras recortadas y nos viene de pronto un olor a viejas glorias musicales para todos los públicos mientras un delirio navideño perpetrado a través de una mezcla de estilos incompatibles desintegra el "You were always on my mind" de Elvis Presley con casi tanta saña como lo hicieron hace años los Pet Shop Boys. Reunidos en torno a su lánguida ejecución nos abrazamos arrobados, cruzamos los dedos y pedimos suerte a San Pancracio, porque estamos dentro del nuevo anuncio de la Lotería de Navidad.
Pero no olvidamos la semilla esquiva y oscilante que se aloja en todos los sueños, la delgada línea que separa la normalidad del horror, la confianza de la pesadilla. Porque intuimos el escalofrío, y los bombos que componen el extraño árbol luminoso se nos antojan jaulas de oro custodiadas por guardianes cantarines, por pérfidas sirenas embaucadoras y magas Circe que esperan el momento adecuado para llenarlas con incautos como nosotros. Ahí está la Odisea. Y entonces nos fijamos en sus caras, en sus dentaduras perfectas e idénticas, son seres indefinibles de sonrisa intrigante y forzada, no son reales, seguro que no, parecen autómatas diseñados hasta el último detalle por algún loco, personajes desviados de su cuento. Los cuentos. Ahí está la mano de Pablo Berger. Nos damos la vuelta intentando encontrar el rastro distorsionado de Tim Burton, quizá alguna huella de Helena Bonham Carter. Marta Sánchez y David Bustamante se observan, tan divertidos como cómplices. La Niña Pastori aprieta con fuerza los puños. Raphael parece relamerse, sus pequeños ojos no brillan, sino que desprenden un fulgor inquietante y oscuro. Montserrat Caballé abre la boca y lanza una mirada perdida al aire. Sus ojos parecen a punto de estallar, como los de los personajes de Scanners, aquella película de David Cronenberg. Sabemos que no hay escapatoria. Es posible que los accesos a la plaza ya estén bloqueados. Es el fin. De repente Raphael se da la vuelta y comienza a mover su mano derecha de manera siniestra. Na na na na ná, na ná...na...
Su sonrisa nos desconcierta.
-Ya es la hora...-parece decir entre dientes, sin abandonar jamás su máscara.
Y entonces los habitantes de Storybrooke recuperamos la memoria, y Pedraza no es Pedraza y Raphael no es Raphael, es Rumpelstiltskin en la serie Érase una vez, y aunque Robert Carlyle quiera desmentirlo y hable de simples casualidades, de parecidos razonables, hay gestos intransferibles que siempre nos delatan (véase foto adjunta). Es el fin, desde luego. Solamente nos queda repetir tres veces el nombre del duende y esperar a despertar de este sueño: ¡RAPHAELSTILTSKIN, RAPHAELSTILTSKIN, RAPHAELSTILTSKIN!...
¿No nos creéis? Entonces comprobadlo vosotros mismos.
En Youtube.
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