Goethe in der Campagna, de Johann Heinrich Wilhelm Tischbein |
Este agosto he recorrido Italia de Norte a Sur, de cabo a rabo. Venecia, Roma, Nápoles, Sicilia... En 576 páginas y un solo libro. El Viaje a Italia (Italienische Reise) de Goethe me ha acompañado durante estas vacaciones con su actualidad y su recuerdo. Porque en esta lectura había mucho más que un simple acercamiento al relato de viajes. Lo único que tuve que hacer fue adentrarme en el temible laberinto de mi biblioteca y recuperar un libro que me llevaba esperando dieciséis años.
En efecto, ese es tiempo que ha pasado desde que comprara un ejemplar de Viaggio in Italia, editado por la Biblioteca Universale Rizzoli, en alguna librería de Roma, poco antes de finalizar mi propio Grand Tour por aquellas tierras. Sumergirme en esta traducción italiana del viaje de Goethe ha supuesto, pues, una doble satisfacción, en el que las etapas realizadas por el autor de Fausto se han ido poco a poco fundiendo con mis propias vivencias, ya atenuadas o sublimadas por el paso del tiempo, al ritmo de esa lengua hermana que una vez fue la lengua de mis sueños.
Siempre he pensado que para el viajero es preferible acudir a la literatura de viajes antes que a las habituales guías antes de conocer por primera vez un lugar desconocido. Sin embargo esta vez lo que he descubierto con gran placer es que la literatura de viajes, generalmente tediosa y aburrida para el gran público, cobra una intensidad y una cercanía insuperables cuando los lugares que describe el relato fueron previamente recorridos por el lector. Así ha sucedido conmigo otra vez. He vuelto a oler los canales de Venecia, a recorrer la Via del Corso, la bahía de Nápoles, Pompeya, el Vesubio, el Etna... con el mejor cicerone posible: mis propios recuerdos.
Itinerario seguido por Goethe en su viaje a Italia |
Goethe entró en Italia con pasaporte falso y durante un primer momento mantuvo su identidad incógnita para preservar su libertad de movimientos. No quería que la fama de su nombre le obligase a responder a las numerosas recepciones y compromisos sociales impulsados por aquellos que quisieran agasajarlo, algo que desde luego rompería sus previsiones para el viaje. No quería, no, que le volvieran a preguntar por el Werther.
Accedió por el Norte, después de partir de Karlsbad y atravesar Baviera y el Tirol en un simple coche de caballos. Accedió a Bolzano y desde allí a Trento, bajó hacia Verona, recorrió el lago de Garda, pasó por Vicenza y Padua camino de Venecia, donde permaneció un tiempo y luego retomó el camino hacia su objetivo principal, llegar cuanto antes a Roma. Apenas se detuvo en ciudades como Ferrara, Bolonia, Florencia, Perugia o Asís. En la Ciudad Eterna pasó meses empapándose de una cultura que consideraba sublime, la clásica, por supuesto, pero también la renacentista, inspirada en los mismos ideales. Después se dirigió a Nápoles, y a sus obsesiones se añadió la de la Naturaleza. Visitó Pompeya y Herculano, se metió temerariamente en la boca humeante del Vesubio, acrecentó su colección de minerales, comenzó a desarrollar la atrabiliaria idea de encontrar la planta de la que desciende todo el mundo vegetal y fue conquistado por el paisaje y la luz y el mar.
Por el mar saltó a Sicilia, en una singladura que soportó con patetismo tumbado en su camarote, demasiado mareado para estar en cubierta. Recorrió la hermosa isla (Palermo, Segesta, Agrigento, el Etna, Catania, Taormina, Messina), verdadero granero de Italia, y comprobó los efectos devastadores de un terremoto reciente. Volvió a Nápoles, buscó Caserta y Paestum, y disfrutó de un verano ideal.
Ya de vuelta en Roma, aprovechó esta segunda estancia para ampliar sus estudios sobre artes plásticas y figurativas, empaparse a fondo en la cultura grecolatina, realizar sus propios dibujos, grabados y esculturas, revisar algunas de sus obras (Ifigenia, Egmont...) y elucubrar sobre la belleza. También tuvo tiempo para experimentar en sus nobles carnes el Carnaval de Roma, actuar como corredor de arte y tener algún escarceo amoroso dignamente solventado.
Viaje a Italia es el recuerdo de ese itinerario increíble, y mucho más: una reflexión sobre la obra de arte como imitación de la Naturaleza, sobre la imposibilidad de acceder a la belleza a través de la razón. La conciencia de que, aunque el pueblo ignore a los escritores y a los artistas en general, son estos los que con sus imágenes, sus pinceladas o sus palabras pueden inmortalizar para siempre las costumbres, las esperanzas y las ruinas. Los primeros apuntes sobre una nueva forma de contemplar la obra de arte en un entorno cuidado (ubicación, iluminación...). El uso del dibujo como elemento plástico para guardar los recuerdos de todo un viaje (en un tiempo sin cámaras fotográficas). La aventura que significaba entonces recorrer Europa. Y la extraña sensación de haber vivido, siglos después, tantas experiencias y sensaciones parecidas.
Goethe estaba convencido de que para seguir su camino tenía que buscar la manera de acceder a la belleza a través del estudio, y que eso sólo era posible en Roma. No sé hasta qué punto consiguió su objetivo. El hecho es que su estancia en Roma fue un hito importante en su vida. Lo mismo que para la mía. A este respecto os dejo aquí un fragmento del final del libro (no soy un spoiler, todo el mundo sabe que algún día Goethe tendría que volver a casa), en el que Goethe recorre por última vez, bañado por la luz de la luna, el Foro Romano, en una noche de melancolía y unos lugares en que resuenan también mis propios pasos.
Después de unos días transcurridos para distraerme, pero no sin dolor, una tarde di una vuelta por Roma acompañado por un pequeño grupo de amigos. Después de recorrer por última vez el Corso, ascendí el Campidoglio, que se erguía como un palacio encantado en la soledad de un desierto. La estatua de Marco Aurelio me trajo a la memoria al comendador de Don Giovanni, y me hizo comprender que estaba meditando algo extraordinario. Con todo esto descendí por la escalinata posterior. Y he aquí ante mi rostro el arco del triunfo de Septimio Severo en la tiniebla más oscura, proyectando a su vez las sombras más negras; los objetos que bien conocía me parecieron entonces, en la soledad de la Via Sacra, extraños y fantásticos. Pero cuando me acerqué a las veneradas reliquias del Coliseo y lancé la mirada a su interior a través de la cancela, no puedo esconder que me recorrió un escalofrío y me apresuré a volver sobre mis pasos.
Las grandes masas producen siempre una impresión singular, teniendo al mismo tiempo algo de sublime y algo tangible a lo que aferrarse; en aquellos paseos nocturnos he hallado de algún modo la explicación, el resumen perfecto de todo mi tiempo en la Ciudad Eterna.
GOETHE, J.W.V., Viaje a Italia
me parece algo muy interesante sobre este autor
ResponderEliminarSí. Su faceta como amante de la ciencia, la naturaleza y el arte, y sobre todo como viajero curioso, convierte a este "diario" en una guía muy recomendable. Gracias y un saludo
EliminarQué inspirador! Dan ganas de hacer el viaje como él :-)
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