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viernes, 8 de octubre de 2010

GEOGRAFÍAS LITERARIAS: 221B BAKER STREET


A veces lo ficticio sobrepasa sus fronteras y constituye una suerte de extraña realidad, en la que la invención, lo imaginado y la tinta literaria cobran vida. Por evocación. Nunca por equivocación. A veces lo ficticio deja de serlo (momentáneamente) para revestirse con muros de piedra y materiales nuevos. Aunque sólo sea una realidad de escaparate. Sería imposible saber cuanto turismo ha generado la cultura, cuantas peregrinaciones tras las antiguas reliquias de la intelectualidad. Pasa con la música. Media Europa está sembrada de casas en las que vivió Mozart. Y pasa, por supuesto, con la literatura: aquí vivió fulano, en esta cafetería merendó zutano mientras escribía el primer capítulo de su gran novela, tras estos muros fue encarcelado tal o cual poeta, bajo estos palmos de tierra y epitafios yace algún dios de la prosa.
Las peregrinaciones (empezando por las mías) suelen llevarte a lugares reales transcritos en novelas, en cuentos y poemas. Pero también a esos lugares imaginados y luego construidos por gerentes turísticos con alma de prestidigitador. La admiración literaria y el yo estuve allí funcionan como un binomio perfecto. El balcón al que se asomaba Julieta en Verona, la venta de Dulcinea y algún que otro molino de viento cobraron existencia mucho después de aparecer en las novelas, lo que no nos quita a muchos el afán por visitarlos.
En Londres el lugar imaginario convertido en realidad que ocupa el puesto de honor es, sin duda alguna, el 221B de Baker Street. La célebre residencia del detective Sherlock Holmes y su compañero de aventuras el doctor Watson no fue más que una invención de Conan Doyle, pero la admiración por su obra hizo el resto. Hoy existe una bonita casa en Baker Street, cerca de Regent´s Park, rubricada con el famoso número. Por supuesto que allí se encuentra la sede del The Sherlock Holmes Museum, con bonitas reproducciones para admirar y souvenirs para llevar. La cosa no deja de ser un poco kitch, pero... a veces tiene su encanto dejarse envolver por nuestras propias ensoñaciones, aunque sean un préstamo literario, sentirnos como en casa, como Holmes y Watson al instalarse por primera vez entre aquellas cuatro paredes:

Nos vimos al día siguiente, según lo acordado, para inspeccionar las habitaciones del 221B de Baker Street a que se había hecho alusión durante nuestro encuentro. Consistían en dos confortables dormitorios y una única sala de estar, alegre y ventilada, con dos amplios ventanales por los que entraba la luz. Tan conveniente en todos los aspectos nos pareció el apartamento y tan moderado su precio, una vez dividido entre los dos, que el trato se cerró de inmediato y, sin más dilaciones, tomamos posesión de la vivienda. Esa misma tarde procedí a mudar mis pertenencias del hotel a la casa, y a la otra mañana Sherlock Holmes hizo lo propio con las suyas, presentándose con un equipaje compuesto de maletas y múltiples cajas. Durante uno o dos días nos entregamos a la tarea de desembalar las cosas y colocarlas lo mejor posible. Salvado semejante trámite, fue ya cuestión de hacerse al paisaje circundante e ir echando raíces nuevas.

CONAN DOYLE, Arthur, Estudio en escarlata (1887), Capítulo II

Y aunque el bueno del doctor Watson no podía intuirlo entonces, en efecto, ambos personajes echaron unas largas y profundas raíces.

Archivo 04: 221B de Baker Street, hogar de detectives.

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