¿A qué llaman buena presencia? Cuando busco trabajo no dejo de encontrarme, al final de unos requisitos dignos de Leonardo da Vinci, la famosa coletilla. Buena presencia.
En principio lo asociaba a ir bien vestido, olvidar los pantalones caídos, esconder los tatuajes, cortarme la melena y lucir un rostro afeitado más suave que el culito de un bebé. De ahí que siempre justificara mis fracasos en el desastrado aspecto de mi barba, que llevo defendiendo ya hace tiempo.
Pero no, parece ser que no, la barba está de moda. A mitades del pasado agosto, mientras intentaba atravesar muchedumbres en la estrechez de la calle de Calatrava durante las fiestas de La Paloma, no pude dejar de observar la increíble y desasosegadora profusión de barbas. Barbas largas, barbas cortas, desaliñadas, doctas, de tres días, hirsutas, sedosas, barbas beatnik, barbas con rastas, kilométricas, barbas piratas y cuatro pelos, y perillas, jesucristos, decimonónicas, carpetovetónicas barbas blancas, o cuidadas, afinadas, casi imperceptibles barbas. Hombres con barba, mujeres con barba, niños esperando el nacimiento de la barba, papanoeles sudando la gota gorda, barbas de ganchillo esperando ser compradas.
Fascinado por mi falta de originalidad, solo pude pensar en el concepto de la buena presencia. Se me ocurrieron varias opciones más o menos probables sobre el actual estado de las cosas:
1ª - En Madrid no trabaja nadie ni hay esperanzas para un día llegar (o volver) a hacerlo, con la consiguiente relajación en la higiene del rostro.
2ª - La barba está de moda, es trendind topic en Twitter, nos gusta en Facebook, la podemos compartir en Pinterest. El canon de la belleza está cambiando. Depilados por dentro, barbados por fuera, tipos duros, de esos que ocultan cicatrices o granos o miedos tras el vello facial, el más púbico (digo público) de todos. Incluso nuestro amado presidente lleva barba. Incluso nuestro veneradísimo jefe de la oposición. Artistas, deportistas, malabaristas y comisarios de la Unión Europea desafían las caducas leyes de la decencia. Y, por supuesto, no hay publicidad que se precie en la que no aparezca el primordial y súper barbado hipster (a ser posible acompañado por un par de gafas gigantes) para vendernos su buen rollito y sus pepinos, su cerveza negra sin alcohol o su cerdo volando. Cosas de la modernidad.
3ª - Estamos en plena decadencia del sistema. La adopción de la barba es un signo inequívoco. Ya sucedió una vez, en Roma. A partir del siglo II d.C. los emperadores romanos, que hasta entonces se presentaban bien afeitaditos ante sus súbditos, adoptaron el uso de la barba al estilo griego, con la consiguiente imitación por parte de un pueblo que amaba a sus líderes. El primero fue Adriano, con el fin de tapar ciertas antiestéticas marcas de viruela, y aquello tuvo un éxito sin precedentes que duró hasta los tiempos del emperador Constantino. Luego se mantuvo, ya en plena decadencia, por influjo de los pueblos bárbaros, que presionaban cada vez más en las peluquerías de las fronteras. El último emperador romano de Occidente, el inconsistente Rómulo Augústulo, lucía barba el día que entregó para siempre la Ciudad Eterna.
Conclusión: tal vez estemos a las puertas de una nueva Edad Media. O quizás se trate tan solo de una moda pasajera. El caso es que cuando esto pase y todos vuelvan a confiar en su buena presencia es bueno que alguien tan original y auténtico, tan poco apegado a las modas como el que escribe mantenga su barbarroja, como símbolo de un tiempo que, para bien o para mal, ya se marchó.
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