© Fotografía de Luis Morales |
Ahora que termina este verano extraño y lleno de novedades hay algo que me empuja a la rutina de revisar lo que me ha ido dejando en imágenes, como siempre, desde siempre, como si ese acto sirviera para congelar el tiempo. Y sin embargo el tiempo pasa, imparable, demostrando una vez más lo efímero de la belleza, de la felicidad, de la tranquilidad y también del dolor.
Así es, parece que hace ya un siglo desde que pulsé el botón, rodilla en tierra, o mejor dicho sobre la arena de la playa de la Barrosa, para captar a duras penas este picado de espaldas de mi hijo mientras se hacía con el control de su avión-cometa, sin pilas ni mandos teledirigidos, sin realidades virtuales ni pantallas insensibles, casi a pelo, con un simple hilo para dominar el viento.
Sin duda es la imagen del verano, de mi verano, porque en su aparente sencillez encierra muchas ideas, muchas miradas, muchos pasados: lo natural, el juego antiguo, la pasión por el cielo, por el aire y la luz del mar, las ganas de volar, el asombroso crecimiento del hijo, el niño explorando lo incierto, la juventud dominando, sí, el viento, el hombre aún ajeno a la parca que sujeta el hilo, el hilo de la vida...
De espaldas, cuando el sujeto es más vulnerable, ordena el pulsador para crear esta fantasía vertical en 3/4, robada a la realidad sin más retoques, y es bueno que así sea, culminando un camino de investigación personal que empezó hace años, la primera vez que visité el Louvre y me di cuenta de que todo el mundo fotografiaba a la Venus de Milo de frente, como si para reconocer la belleza nos sirviera más el rostro que la curva perfecta de su espalda, sí, la ligera inclinación de los hombros, la musculatura suavemente marcada en la piel de la piedra. Las esculturas clásicas fueron concebidas para ser contempladas en todos sus ángulos, y así lo han entendido la mayoría de los museos que las exponen hoy en día. Y sin embargo muchos visitantes obvian la rotonda, aniquilan el giro sin gestos, avanzan en línea recta hacia el rostro y clic, ya está, vayamos a otra cosa...
He pasado años fotografiando a las estatuas de espaldas para ver si se les escapaba un temblor, una respiración, desprevenidas. Pero también a infinidad de objetos, a muros, a espacios, a la gente. Y he descubierto, entre otras cosas, que es la mejor manera de conseguir que una imagen planificada resulte natural.
El hilo de la vida, y este es el nombre que le he dado a la fotografía, es, por lo tanto, una cumbre en mis propios derroteros personales y, por supuesto, la imagen del verano 2013.
Que la haya presentado al Picglaze Photo Prize ha sido una casualidad y un atrevimiento del que es mejor no esperar gran cosa, como aguja en un pajar lleno de hermosas instantáneas. Ya ha pasado el tiempo de votar vía Internet por las mejores, pero si queréis verla en la sección del concurso podéis pinchar aquí. La suerte está echada en ese sentido. En el otro, el de detener la belleza y el tiempo y el viento... vosotros diréis, ahí os la dejo.
De espaldas, cuando el sujeto es más vulnerable, ordena el pulsador para crear esta fantasía vertical en 3/4, robada a la realidad sin más retoques, y es bueno que así sea, culminando un camino de investigación personal que empezó hace años, la primera vez que visité el Louvre y me di cuenta de que todo el mundo fotografiaba a la Venus de Milo de frente, como si para reconocer la belleza nos sirviera más el rostro que la curva perfecta de su espalda, sí, la ligera inclinación de los hombros, la musculatura suavemente marcada en la piel de la piedra. Las esculturas clásicas fueron concebidas para ser contempladas en todos sus ángulos, y así lo han entendido la mayoría de los museos que las exponen hoy en día. Y sin embargo muchos visitantes obvian la rotonda, aniquilan el giro sin gestos, avanzan en línea recta hacia el rostro y clic, ya está, vayamos a otra cosa...
He pasado años fotografiando a las estatuas de espaldas para ver si se les escapaba un temblor, una respiración, desprevenidas. Pero también a infinidad de objetos, a muros, a espacios, a la gente. Y he descubierto, entre otras cosas, que es la mejor manera de conseguir que una imagen planificada resulte natural.
El hilo de la vida, y este es el nombre que le he dado a la fotografía, es, por lo tanto, una cumbre en mis propios derroteros personales y, por supuesto, la imagen del verano 2013.
Que la haya presentado al Picglaze Photo Prize ha sido una casualidad y un atrevimiento del que es mejor no esperar gran cosa, como aguja en un pajar lleno de hermosas instantáneas. Ya ha pasado el tiempo de votar vía Internet por las mejores, pero si queréis verla en la sección del concurso podéis pinchar aquí. La suerte está echada en ese sentido. En el otro, el de detener la belleza y el tiempo y el viento... vosotros diréis, ahí os la dejo.
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