Fotografía de Javier Martín Espartosa (druidabruxus), tomada de Flickr bajo Licencia Creative Commons |
A mí me gusta, sí, la Navidad, aunque no lo creáis. No soy como Ebenezer Scrooge. La fiesta, las cenas increíbles, las vacaciones, los encuentros con los primos, el juego eterno, el acostarse tarde, las uvas, los turrones, aquellos programas de Martes y Trece... cada diciembre la memoria se abre paso en lo cotidiano para mostrarme con nostalgia el espíritu de las Navidades Pasadas. Pero luego hay que volver. Las Navidades Presentes son difíciles, contradictorias. Desde siempre he pensado que eran un momento ideal para estar en familia, pero es verdad, se han convertido en un escaparate de vanidades, en un monumento al consumismo difícil de derribar. Parece que el consumismo es la medida de la prosperidad económica y social, o al menos así nos han querido convencer. Pero dónde está la causa de la movilización navideña, la misma, a mi parecer, de la desmovilización de las protestas contra la injusticia. ¿Antes no éramos así? No es algo que se enseñe en la escuela (lo del consumismo). De hecho a menudo mi hijo de 4 años viene del "cole" con conceptos como el reciclaje, la ecología, el respeto a los animales, la lucha contra la pobreza, el ahorro, el compañerismo, la igualdad de razas y sexos o la justicia social bien aprehendidos. ¿Entonces? ¿Dónde está la causa? En los omnipresentes medios de comunicación de masas, hipertrofiados y vacíos, en esa televisión siempre encendida que bombardea sus mensajes y nos hace cómodos, nos impide usar nuestro tiempo en algo tan sano como leer un libro, jugar un rato e incluso hablar con el de al lado, y reduce el pensamiento a la mínima expresión del blanco o negro, o del rojo o azul, igual de maniqueos. Y ya con Internet y los móviles ni os cuento. Smartphones, tabletas, teléfonos inteligentes suplantando la voluntad de nuestros cerebros. Al final han conseguido que una gran mayoría viva en una especie de limbo, en una nube digital e individualista alejada de la realidad, en un paraíso artificial mucho más potente que el de las drogas, en un mundo feliz más aterrador que el de Huxley. Y así, enganchados al discurso plano y al ritmo delirante impuesto por las nuevas tecnologías, estamos desarmados ante las tropelías que unos pocos seguirán haciendo a nuestra costa. Es difícil, muy difícil explicarle esto a nuestros hijos, pero o lo hacemos ya o nos iremos todos a la mierda, perderemos nuestra libertad sin necesidad de llevar cadenas y entregaremos definitivamente nuestra esencia humana para volver a ser el rebaño que un día fuimos. ¡Paparruchas! No digo nada nuevo, lo sé, pero imaginaos, entonces, lo que nos mostraría el espíritu de las Navidades Futuras.
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