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martes, 1 de junio de 2010

FRANQUEZA


El abrazo esférico, ajeno a la contemplación, de la aurora y el éter.
Seda intacta, sólo la seda que se desplaza.
Sol alienta el labio, quietísimo sol licuefacto.
El peso mortal inesperado. La vida incógnita.
Secretos.
El dolor cicatriza. Y el sueño.
Mudan las vertientes del hemisferio. Libélulas tenues anuncian un laberinto de tendones. Las clarividentes biblias entrechocan sus pitones portentosos. La plaza que aglutina toda mi atención ahora no es más que una copia inédita rociada de esperma, de astigmatismo y coincidencias. Civilización disonante para esquemas derivados de otros mundos.
Los ponches y los muladares se desgastan adheridos a los muebles indefensos, fruto de cantinelas y chinchetas.
El espejo ardiente, como las caderas.
Los nombres escondidos detrás de los subtítulos: la tela se tiñe de sangre cursiva desprendiéndose de las toscanas.
La oscura depresión de la cama, manchada de perennes luchas; hueco en la memoria al fin, vuelve velo al anfitrión de la mañana.

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