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viernes, 18 de junio de 2010

SU NOMBRE ERA JOSÉ SARAMAGO


Se acaba de marchar, liviano, tal vez en paz, tal vez con todo dicho. Aquí queda su nombre: José Saramago. Y también sus palabras. Todas. El mejor homenaje, como siempre, será leerlo. Como en este fragmento significativo de Todos los nombres:

La intención de don José, cuando dijo al pastor, Yo me quedo, era permanecer a solas unos minutos más antes de ponerse de nuevo en camino. La única cosa que quería era pensar un poco en sí mismo, encontrar la medida justa de su decepción, aceptarla, poner el espíritu en paz, decir de una vez, Se acabó, pero ahora le había surgido otra idea. Se aproximó a una sepultura y adoptó la actitud de alguien que está meditando profundamente en la irremisible precariedad de la existencia, en la vacuidad de todos los sueños y de todas las esperanzas, en la fragilidad absoluta de las glorias mundanas y divinas. Cavilaba con tanta concentración que no dio muestras de haber reparado en la llegada de los guías y de la media docena de personas, o poco más, que acompañaban al entierro. No se movió durante el tiempo que duró la apertura de la fosa, la bajada del ataúd, el relleno del hueco, la formación del acostumbrado montículo con la tierra sobrante. No se movió cuando uno de los guías clavó en la parte de la cabecera la chapa metálica negra con el número de la sepultura en blanco. No se movió cuando el automóvil de los guías y el coche fúnebre se apartaban, no se movió durante los escasos dos minutos que los acompañantes aún se mantuvieron al pie de la sepultura diciendo palabras inútiles y enjugando alguna lágrima, no se movió cuando lo dos automóviles que los trajeron se pusieron en marcha y atravesaron el puente. No se movió hasta que no se quedó solo. Entonces retiró el número que correspondía a la mujer desconocida y lo colocó en la sepultura nueva. Después, el número de ésta fue a ocupar el lugar de otro. El trueque estaba hecho, la verdad se había convertido en mentira. En todo caso, bien podría suceder que el pastor, mañana, encontrando allí una nueva tumba, lleve, sin saberlo, el número falso que en ella se ve a la sepultura de la mujer desconocida, posibilidad irónica en que la mentira, pareciendo repetirse a sí misma, volvería a ser verdad. Las obras de la casualidad son infinitas. Don José se marchó a casa. Por el camino, entró en una pastelería. Tomó un café con leche y una tostada. Ya no aguantaba más el hambre.

SARAMAGO, J.,Todos los nombres, 2001, Madrid, Punto de lectura, pp. 305-306.

Que don José tenga un buen viaje.

1 comentario :

  1. Hola Luis,cómo va todo?..soy tu excompi Ana "Esspa". El otro día ordenando papeles me encontré con un ejemplar de "El lado del espejo" y le pregunté a Paco por tu blog..y aquí estamos :). Seguís con la revista?. Por cierto, estás invitado cuando quieras al mío:
    http://la-habitaciontransparente.blogspot.com/
    Ya nos contamos.Un besote.

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