Cuando nos preguntan para qué sirven los libros solemos pensar de modo poético, romántico, ingenuo: pues para culturizarse, ilustrarse, saber más, conocer, reconocerse, iluminarse, solazarse, divertirse, ejercitar neuronas, vibrar, reír, soñar, llorar, aterrarse, disfrutar o indignarse, qué se yo. Pasión de lectores, de ratoncillos.
Claro que luego nos paramos a pensar, y resulta que hay mucho más: para evitar la cojera del sofá, para llegar al estante de arriba, para parecer más altos o más altas, para que los papeles importantes no vuelen cuando abrimos la ventana, para regalar cuando no sabemos qué, para fardar delante de los amigos y detrás de tu estantería artificialmente llena... hay tantas, tantas cosas que hacer con los libros.
Sin embargo estas funciones prosaicas ocultan una realidad fundamental. Un libro puede resolver a la perfección la mayoría de nuestras necesidades básicas, así que esa teoría que señala la extinción de tan preciado (precioso) (preciso) objeto parece estar de lo más equivocada. ¿Que no? Echádle un vistazo a los siguientes ejemplos ilustrados y sabréis la razón definitiva por la que los libros fueron, son y serán para siempre imprescindibles.
Libro almohada
Nunca viene mal echar una cabezadita sobre blando.
Ideal para las largas noches de estudio.
Libro de seguridad
Para que guardes tus más íntimos secretos. Los ladrones se llevarán la caja fuerte, pero (salvo excepciones que en absoluto confirman la regla) no se llevarán la lectura al trabajo.
Libro librería
Al fin los libros cumplen la función para la que fueron originariamente diseñados. Si lo que queremos es ver estanterías llenas, por qué perder el tiempo en construirlas de madera (o DM).
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