© Fotografía de Luis Morales
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O el vacío. ¿Qué hay al otro lado de la línea en que se unen el cielo y el océano? Los primeros romanos que se acercaron a los límites del mundo se toparon con un mar ensangrentado que devoraba literalmente el sol, aquí, justamente aquí, en este horizonte encuadrado en la fotografía. Eran valientes, intrépidos y un poco desalmados, pero también supersticiosos, los romanos que tocaron con sus ojos el extremo septentrional de la Tarraconense, habitantes de un mundo plano que contemplaban aterrados la extraña muerte del sol y sabían (o creían saber) que en aquella línea de horizonte se hundía el océano en los abismos, que sus sandalias destrozadas hollaban los límites del mundo, llamaron a este lugar finis terrae.
Última meta para el peregrino que ya ha tocado el campo de estrellas de Santiago, cabo ventoso en cuyo punto más alto se alza un faro ya en desuso, tan visitado que a la entrada se venden auténticas y sonoras caracolas, Fisterra (Finisterre o como lo queráis llamar) me trajo recuerdos de otros cabos y otros mares, de otros horizontes y destinos... Allí, mirando al lugar en el que debería morir el sol, tomé esta imagen que ahora representa de algún modo mi verano. Estar en el fin del mundo, buscar el horizonte y preguntarse una vez más: ¿Qué hay al otro lado de la línea en que se unen el cielo y el océano? ¿Qué hay al otro lado de estos días tan oscuros, de ese futuro incierto y anunciado que nos espera a la vuelta? Pero, a diferencia de los romanos, esta vez sabía que allí no acababa todo, que, aunque muy, muy lejos, en la dirección de la mirada, existe otra tierra.
Después de hacer la foto me di la vuelta e invadí el horizonte de otro ojo que contemplaba aquel mar, justo antes de que mi hijo oprimiera el botón.
© Fotografía de Marco Morales
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