Hacia el piélago del color del vino,
un olor a ola, a camino surcado y antiguo,
se expande.
Cuando hayan muerto los recuerdos
de los héroes bajaremos, merodeadores,
sobre las celosas colinas áticas
para colmar nuestro destino
no lejos de aquí,
en la ciudad sagrada de Palas,
ojos de lechuza, la de mirada brillante
hecha de estrellas, hija del portador
de égida.
Para después expandirnos, fluyendo,
hasta los sagrados confines del Helesponto,
donde Cipris se eleva.
En el aire, ínfima, bajo tus pies de ave,
mensajero, se adivina ya Ítaca,
rodeada por el mar.
Y nadie vuelve, panaqueos.
No habrá fuertes brazos,
marineros que domeñen
la negra madera curva.
Ni disfraz posible o tridente
dado a cautivar todo destino.
O nosotros, los asendereados,
los que adoramos este mar
dulce y temible.
Dónde empieza, pues,
dónde termina el mundo.
A la medida de los mortales,
fruto imaginario, escúchanos,
oh heraldo, en esta hora.
Los hombres sin edad dorada,
los hijos de otros hijos y fortunas,
los que nunca aquí estuvimos,
regresamos.
Luis Morales Los asendereados Poesía The Last Poems Grecia
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