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viernes, 23 de enero de 2009

ZOE (O LAS VISIONES DE UN POETA FRANCÉS, ROMÁNTICO Y DESTERRADO) - CAPÍTULO UNO (ELIXIR)


…et mon esprit, toujours du vertige hanté,
jalouse du néant l´insensibilité.


...y mi espíritu, siempre obsesionado por el vértigo,
envidia la insensibilidad de la nada.

Charles Baudelaire,
Le gouffre,
Les Fleurs du mal


l.

La savia de la adormidera manaba lentamente y al contacto con el aire, desprotegida, adquiría un color ocre, oscurecido. La maceré con mis propias manos hasta darle una textura adecuada; mezclé aquel polvo resinoso con un Bordelais que aguardaba su oportunidad desde hace ya tiempo; el azafrán y otras especias llegadas allende los mares completaron aquel perverso brebaje de ensoñación, filtro vital y salvación de los que callan.
Aunque apenas bastarían unas gotas para acabar rendido tomé el decantador con una mano y dos copas de cristal de Bohemia con la otra. Entré en el pequeño salón. Allí, sentada en el diván de falso terciopelo azul, contemplando ensimismada el ramo de rosas espléndidas que embellecían el piano que una vez tocara Franz Liszt, estaba ella.
-¡Vas a probar el elixir de los dioses, el mayor de los tesoros de la dulzura, el hidromiel que en honor a Dionisos bebían las bacantes! -dije mientras me acercaba a su lado.
Alargó la mano para recoger la copa que yo le entregaba.
-¿Qué es?- preguntó.
-Es láudano.
-¿Láudano? -hizo una mueca con los labios-. Nunca lo he probado, no.
-Pues ahora –llenaba las copas con parsimonia-, ahora lo harás por primera vez. Pero antes alcemos las copas y brindemos.
-¿Por qué brindaremos? -sonrió ella.
Yo adopté una postura exagerada, y en medio de un ademán que sin duda alguna me haría parecer un estúpido a los ojos de cualquiera, brindé por el nacimiento de la luz y el final del largo reinado de las tinieblas. Reímos y tomamos un primer sorbo.
-Aquí me tienes –la conminé, provocador-, en los brazos del láudano acogedor, a tu lado, desconocido. Dime, qué te impulsó a venir conmigo cuando te ofrecí esta aparentemente interesada invitación a mi casa.
Ella bebió y dejó la copa sobre el piano. Parecía no estar segura de lo que debía responder.
-Tal vez tu silencio –acertó a decir finalmente-, no lo sé. Todos tus amigos parecían verdaderamente enfadados porque alguien como yo se metía en sus asuntos. Tú, sin embargo –cogió de nuevo la copa-, tú callaste, e incluso me atrevería a decir que en tu mirada brilló un destello de asentimiento.
-¡Ah, mis amigos, poetas de tres al cuarto, estilistas del vicio, aprendices de la nada! –Apuré la copa y volví a llenar también la suya, que ya estaba vacía-. ¿Cómo pueden decir que en nuestra insignificante tertulia no hay lugar para las mujeres? Perros, falsos hijos de la mala vida, decadentes, personajes de papel, arrastrados irremisiblemente hacia el vacío. ¡Mierda, solamente un gran montón de mierda!
Acabé la segunda copa de un trago. Estaba enardecido.
-Ellos no vivirán para siempre de sus efímeros vicios. Hablar, hablar, hablar. Mejor callarse y despertar de la irrealidad. Esta noche yo seguiré tu luz. Allá ellos, los que se creen malditos, si quieren acabar siendo pasto del fuego.
-Pero tú eres como ellos –señaló ella con cierta malicia.
-¡Yo soy un poeta! –protesté-. Pero trato de huir de la banalidad. Por eso abandoné París y traté de refugiarme aquí, en Lorient, donde el fragor del Atlántico pudiera darme la deseada tranquilidad. Aunque, como ves, también aquí es difícil alejarse de los excesos propios de la gran ciudad.
-Poeta…
-Et ars longa, vita brevis –la interrumpí, enfervorizado-. Poesía ha enviado su mensaje perentorio, obligativo, “busca en tu interior”, me dice con palabras poderosas. ¡Ellos, ellos malviven de lo lo que escriben! Yo quiero escribir de lo que vivo, sin preocuparme en otras cuestiones superfluas. El público, el prestigio, la admiración, la fama, el dinero… nada de esto me sirve. La verdadera Poesía es otra, es aquella que refleja la realidad a través del tamiz de nuestro propio interior. La búsqueda incesante de esta conquista interna, de este conocerse a sí mismo antes que querer darse a conocer a los demás, es para mí el verdadero espíritu de la bohemia.
-¡Brindemos por ello! –dijo ella alzando su copa-.¡Tú, tal vez tú, querido Alain, sí seas un verdadero poeta!
Vaciamos y llenamos de nuevo las copas. Me senté entonces en el diván junto a ella y acercándome a su oído le pregunté dulcemente:
-Y tú, qué clase de diosa eres.
-No sé lo que soy. Seguramente ya me habrás convertido en algo.
-Eres un ave del paraíso, querida –le dije rozando su cuello con mis labios. Luego me aparté. No quería incomodarla. Hubo un silencio. Ella entonces trató de besarme, pero sus labios trémulos mudaron de intención en el último momento.
-¡Oh, me duele la cabeza! –repuso-, me siento mareada. Salgamos a dar un paseo, por favor. Necesito despejarme.
-Como quieras. La brisa del mar nos vendrá bien.
Yo también estaba un poco aturdido. Habíamos tomado demasiado láudano.

2 comentarios :

  1. Que dura es la vida del poeta; condenado a ver atardeceres en el mar y a las drogas cuando estos se acaban...

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  2. Y a veces ni siquiera esto basta. Lo verás en las siguientes entregas de este poeta extraño.

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