Antes, los dedos turbios afilaron mi memoria: todas las huellas esculpieron sus deseos. Las lecturas me horadaron. Tal vez, la temible modulación de los púlpitos y el albor de los rascacielos me arrojen de este filo que acostumbraba a quedarse estrecho, me arrojen de aquí, donde hormigueo y, mezquino, deambulo despistado entre los hombres. Prometo una caricia, granítica y gélida, de síntesis extraordinariamente precisa.
Más triste que una cordillera ingenua.
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