Imagen antigua de la Iglesia de San Sebastián, vista desde la plaza del Ángel (Madrid)
A menudo no hace falta irse demasiado lejos para encontrar un rincón apacible, un locus amoenus, una geografía literaria. La populosa y bullanguera villa de Madrid también ha sido plasmada sobre el papel (desde todos los ángulos posibles) por numerosos escritores, y hay más de un ejemplo que describe con fortuna no sólo sus viejos adoquines sino también las costumbres de los que en la Corte han vivido y ocupado su lugar y su momento (es decir, muchos perros, algunos gatos y más de un pequeñoburgués).
La verdad es que como habitante de esta ciudad extraña es difícil fijarse en los detalles de las cosas y pasear por las calles igual que lo haría un turista guía en mano, enfocando cada espacio, exprimiendo cada frase. Y más tratándose de iglesias. Porque esta vez atravieso una Madrid de cópulas (digo de cúpulas) y torres izadas hacia el cielo y conventos que ya no existen mientras que lo cotidiano se impregna del chascarrillo y el aluvión y la verbena, del quiero y no puedo y del olor a fritanga, de algo decimonónico en sí, eternamente reproducido en el hoy, a cualquier hora del día. Como si el tiempo no existiera más en algunos callejones del centro, como si el reloj de la fachada se hubiera detenido.
Hablar de Madrid y de letras es hablar de todos los que alguna vez han buscado la suerte o el mecenazgo en la Corte, de Quevedo a Cervantes, de Calderón a Lope, de don Jacinto Benavente a Lorca, de Juan Ramón Jiménez a cualquiera de los poetas, dramaturgos y/o novelistas que se expresan y entremezclan cada noche en esta Magerit del siglo XXI: siempre una lista interminable. Pero hablar de Madrid y de letras es sobre todo hablar de Benito Pérez Galdós (1843-1920), aquel muchacho que vino de Las Palmas de Gran Canaria y se quedó para siempre. No es este el lugar para recordar su obra ingente, pero este hombre al que algunos apodaban "el Garbancero" (tal vez por reflejar demasiado bien los usos y costumbres de su tiempo) debería estar mucho más arriba en el supuesto Parnaso. Claro que como en este país el chovinismo está mal visto, tenemos la alegre ocurrencia de meterlo en el saco de lo decimonónico entendido como tedioso y aburrido, largo, clásico, no digerible, cuando en realidad una lectura más atenta de su obra nos revelaría una pluma modernísima, liberal, netamente europea y tal vez por eso, poco española. Al menos algunos conocieron su cara teñida de verde en los últimos billetes de mil pesetas.
Aunque no se casaba con la Iglesia Galdós describió a la perfección esa Madrid de cópulas (digo de cúpulas), clases altas en decadencia y clases medias (medio) perdidas que iba creciendo (e intentando cambiar) a marchas forzadas. Como ejemplo (y geografía literaria madrileña preferida) este botón magistral con el que don Benito abre su novela Misericordia (1897). La descripción, nacida en el ocaso del siglo XIX, bien podría aplicarse a nuestros días.
Dos caras, como algunas personas, tiene la parroquia de San Sebastián... mejor será decir la iglesia... dos caras que seguramente son más graciosas que bonitas: con la una mira a los barrios bajos, enfilándolos por la calle de Cañizares; con la otra al señorío mercantil de la Plaza del Ángel. Habréis notado en ambos rostros una fealdad risueña, del más puro Madrid, en quien el carácter arquitectónico y el moral se aúnan maravillosamente. En la cara del Sur campea, sobre una puerta chabacana, la imagen barroca del santo mártir, retorcida, en actitud más bien danzante que religiosa; en la del Norte, desnuda de ornatos, pobre y vulgar, se alza la torre, de la cual podría creerse que se pone en jarras, soltándole cuatro frescas a la Plaza del Ángel. Por una y otra banda, las caras o fachadas tienen anchuras, quiere decirse, patios cercados de verjas mohosas, y en ellos tiestos con lindos arbustos, y un mercadillo de flores que recrea la vista. En ninguna parte como aquí advertiréis el encanto, la simpatía, el ángel, dicho sea en andaluz, que despiden de sí, como tenue fragancia, las cosas vulgares, o algunas de las infinitas cosas vulgares que hay en el mundo. Feo y pedestre como un pliego de aleluyas o como los romances de ciego, el edificio bifronte, con su torre barbiana, el cupulín de la capilla de la Novena, los irregulares techos y cortados muros, con su afeite barato de ocre, sus patios floridos, sus hierros mohosos en la calle y en el alto campanario, ofrece un conjunto gracioso, picante,majo, por decirlo de una vez. Es un rinconcito de Madrid que debemos conservar cariñosamente, como anticuarios coleccionistas, porque la caricatura monumental también es un arte. Admiremos en este San Sebastián, heredado de los tiempos viejos, la estampa ridícula y tosca, y guardémoslo como un lindo mamarracho.
Con tener honores de puerta principal, la del Sur es la menos favorecida de fieles en días ordinarios, mañana y tarde. Casi todo el señorío entra por la del Norte, que más parece puerta excusada o familiar. Y no necesitaremos hacer estadística de los feligreses que acuden al sagrado culto por una parte y otra, porque tenemos un contadorinfalible: los pobres. Mucho más numerosa y formidable que por el Sur es por el Norte la cuadrilla de miseria, que acecha el paso de la caridad, al modo de guardia de alcabaleros que cobra humanamente el portazgo en la frontera de lo divino, o la contribución impuesta a las conciencias impuras que van a donde lavan. Los que hacen la guardia por el Norte ocupan distintos puestos en el patinillo y en las dos entradas de este por las calles de las Huertas y San Sebastián, y es tan estratégica su colocación, que no puede escaparse ningún feligrés como no entre en la iglesia por el tejado. En rigurosos días de invierno, la lluvia o el frío glacial no permiten a los intrépidos soldados de la miseria destacarse al aire libre (aunque los hay constituidos milagrosamente para aguantar a pie firme las inclemencias de la atmósfera), y se repliegan con buen orden al túnel o pasadizo que sirve de ingreso al templo parroquial, formando en dos alas a derecha e izquierda. Bien se comprende que con esta formidable ocupación del terreno y táctica exquisita, no se escapa un cristiano, y forzar el túnel no es menos difícil y glorioso que el memorable paso de las Termópilas. Entre ala derecha y ala izquierda, no baja de docena y media el aguerrido contingente, que componen ancianos audaces, indómitas viejas, ciegos machacones, reforzados por niños de una acometividad irresistible (entiéndase que se aplican estos términos al arte de la postulación), y allí se están desde que Dios amanece hasta la hora de comer, pues también aquel ejército se raciona metódicamente, para volver con nuevos bríos a la campaña de la tarde. Al caer de la noche, si no hay Novena con sermón, Santo Rosario con meditación y plática, o Adoración Nocturna, se retira el ejército, marchándose cada combatiente a su olivo con tardo paso. Ya le seguiremos en su interesante regreso al escondrijo donde mal vive. Por de pronto, observémosle en su rudo luchar por la pícara existencia, y en el terrible campo de batalla, en el cual no hemos de encontrar charcos de sangre ni militares despojos, sino pulgas y otras feroces alimañas.
Geografías Literarias Iglesia de San Sebastián Madrid Benito Pérez Galdós Misericordia 1897
Poema del día: "Me vas a dejar triste otra vez como anoche...", de Carlos
Edmundo de Ory (España, 1923-2010)
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Me vas a dejar triste otra vez como anoche
Y a ti te gusta estar pálida como anoche
El viento ulula ladran los perros como anoche
Ves que pongo en tu vient...
Hace 6 horas
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