Y nadie vuelve, panaqueos.
No habrá fuertes brazos,
marineros que domeñen
la negra madera curva.
Ni disfraz posible o tridente
dado a cautivar todo destino.
O nosotros, los asendereados,
los que adoramos este mar
dulce y temible.
Dónde empieza, pues,
dónde termina el mundo.
A la medida de los mortales,
fruto imaginario, escúchanos,
oh heraldo, en esta hora.
Los hombres sin edad dorada,
los hijos de otros hijos y fortunas,
los que nunca aquí estuvimos,
regresamos.
No habrá fuertes brazos,
marineros que domeñen
la negra madera curva.
Ni disfraz posible o tridente
dado a cautivar todo destino.
O nosotros, los asendereados,
los que adoramos este mar
dulce y temible.
Dónde empieza, pues,
dónde termina el mundo.
A la medida de los mortales,
fruto imaginario, escúchanos,
oh heraldo, en esta hora.
Los hombres sin edad dorada,
los hijos de otros hijos y fortunas,
los que nunca aquí estuvimos,
regresamos.
Suena a Ilíada...
ResponderEliminarUn abrazo desde el mar, Luigi.