Cómplices metódicos, la paulatina decadencia del síntoma y el último de los misterios y la estrategia de las sinfonías penetran la pantalla, la carpa y el burdel de electrostática.
Un elefante sacude con su trompa a los vehículos desatascando los peajes nocturnos, exprime los costados de los aparcamientos, perturba el interior de circunvalaciones, arrastrado a través de la noche por una paz asfáltica. Carromatos. Una ópera atroz se derrama, varias veces por segundo, en los lavabos imposibles del circo. ¡Oh sublime espectáculo! Los payasos se encabalgan a sus saxófonos implorando más cerveza, más amor, cualquier única razón que no se explique. Acróbatas ebrios esconden las garrafas bajo un manto de genuflexiones. Tigres bengalíes mordisquean huesecillos. Música que asombra a los faquires.
Cerraremos los ojos al unísono temblor de las comparsas, al mágico alléhop de las contorsionistas, como niños de otro tiempo y otro sueño.
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