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martes, 1 de septiembre de 2009

OPERACIÓN SALCHICHÓN (ESPAÑOLADAS POR EL MUNDO)

Salami-pirate, una imagen de Cabinet de fumisterie appliquée descubierta en Caught 8handed.

Unos días antes había establecido el contacto en un bar del puerto. Apuraba su tercio cuando aquel turista accidental sentado junto a la ventana de la esquina se levantó y cruzó la puerta dejándose olvidada una bolsa de deporte azul debajo de la mesa. Tu corte de pelo me resulta familiar, mascullaba ella entre dientes al acercarse hasta la silla aún caliente. Deslizó con disimulo su mano para asir el extremo de la bolsa y salió del bar con un hasta luego que se le antojó demasiado forzado, pero la verdad es que nadie parecía tomarla en cuenta, unos hombres en calzoncillos se perseguían virilmente sobre la verde pradera delimitada por el televisor y los pocos parroquianos que allí se encontraban permanecían atentos a la impredecible evolución de tales movimientos.
Caminó hacia el embarcadero en el que se agolpaba, esperando su turno, un enjambre coches cargados hasta los topes. Guardó la cola aún nerviosa. Algunos niños correteaban ruidosos entre las filas y molestaban a las viejas de espaldas deslomadas que se apoyaban, vocingleras, en la baranda metálica. Un par de muchachos la señalaron con el dedo. Uno escupió un verso aljamiado en el suelo. No hacían nada especial, así es la espera. Sobre todo observaban, miraban con descaro, casi con desprecio. Pensó en la bolsa y optó por girarse, no convenía tener problemas. Me he acojonado, joder, se mordía el labio, tan valiente para algunas cosas y tan mierda para otras, pero esos ojos (no sé) son duros (son el copón) mierda mira mejor me largo.
Sólo cuando estuvo sentada en el estómago del ferry que la devolvía al sur descorrió con parsimonia la cremallera y sin mirar metió la mano en la bolsa abierta. Con la yema de los dedos tanteó cuidadosamente el interior. Papel de periódico, una especie de mapa, un envoltorio grueso y una llave, poco peso, ya lo había notado, todavía era pronto, no era su hora, seguro, seguro que no lo era. Pero algo es algo. Sacó la mano de la bolsa y volvió a cerrarla mientras oteaba desde la ventanilla aquel paisaje cambiante de azul adormecido y sucio. Ruido de entrañas, temblor acompasado, espumarajos rítmicos, altas aguas móviles, más rápidas que las nubes peinadas por el viento. Deja atrás el perfil de los molinos, huésped que se introduce en lo gris, ballena de hondura. Un dédalo desolado de arquerías e intersecciones, de cables y antenas recibiéndote a la entrada, huellas más etéreas que nítidas. Deja atrás el perfil de los molinos, ballena de hondura, aplaca la velocidad de tu paso con firmeza de cascarón hasta detener el confuso aliento, permite que descienda ella de tu vientre bajo la luz de la gran puerta, deja que camine con la bolsa que ahora oculta, perdámosla entre la gente que a tantos puntos se dirige, envuelta en su gabardina verde, ceñida a los laberintos de su propia mente, descansa, ballena de hondura, y olvídate de esa mujer.
Al fin, la hora. Qué forma de bajarse al moro, pensó ella mientras desaparecía entre los puestos del souq y ascendía a grandes zancadas por las escaleras de su vetusta pensión. Pronto dejó atrás al sonriente recepcionista. Cuando se quedó a solas arrojó la bolsa azul sobre la cama, gateó hambrienta sobre las sábanas, deslizó ansiosa la cremallera y extrajo aquel paquete deliberadamente hermético. Lo dejó luego allí, sobre la cama, buscó unas tijeras para cortar como una moira el hilo envolvente y entonces pudo reencontrarse, ahora sí, detrás del absurdo laberinto de papeles, con el aroma punzante, exquisito y casi olvidado del salami.

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