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jueves, 3 de septiembre de 2009

EL ECLIPSE

Minotauro acariciando con el hocico la mano de una mujer dormida, de Pablo Ruíz Picasso. (En el Museo Picasso de Málaga)

Ha oscurecido, las sombras escapan del triste agujero luminoso.
La pérfida figura que nace también a esa otredad.
Ella y el divino animal vuelven desde el prematuro apagamiento,
vencen a la muerte como dinosaurios de voz fósil,
como Lázaros rescatados de la tumba,
guiados por espíritus ciegos.
Córnea, ella.
Se enzarzan para hender graves el pensamiento en esa nada,
en ese hastío previo a la nada.
Vuelven, vuelven en sí, vuelven a mi el vestido en las sábanas y el pelo
y ese tesoro que es casi el sueño de Proust, en la mirada,
vuelve ella escondida en las medias, vuelven sus pechos serenos
y el caminar torcido de los desencantados
y las ganas de atizar a tanto crítico mediocre que aspiró un día a saber de algo,
que no sabe qué se cuece en la noche del Minotauro

ni en el labio que ella deja entrever o extravía para siempre.
¡Guardianes, rápido, aquí no hay nada que conservar!
Ella, cósmica,
ellos lo saben.
Por eso vuelven al furor y al cuenco de uvas salvajes,
a las playas heladas del norte, a las ciudades que agonizan.
Qué ilustre hagiografía esperanzada para las leyendas que comienzan.
En el salto, el ojo vergel, el manantial, la sangre,

el tablero de ajedrez
para la partida más larga,
Ella,

el Minotauro de ojo paralizado,
la baba diabólica,
el invisible
juego de tenis.
Ella, París, dulce amante sin brazos,

dulce animal colgado
en los carteles,
sesenta y ocho mayos,
varios cortázares y la edad oscura de Sartre.
Nada de esto es narrativa.
Nada de esto es poesía.
Sólo espera, espera;
y no pierdas ni un momento la ilusión
de que se produzca un revelador acorde,
un último acto que a todo le encuentre explicación.
El eclipse en un mundo impaciente.
Esto es vida.
Esto es muerte.
Esto eres.


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