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domingo, 21 de noviembre de 2010

LA PASIÓN DE BASTIÁN BALTASAR BUX (O EL COMIENZO DE UNA HISTORIA QUE NO TERMINA)


Buscando referencias de espejos y otras vainas por el estilo me acordé el otro día de La Historia interminable (Die unendliche Geschichte, 1979), esa inolvidable novela de Michael Ende que conquistó a no pocos chavales de mi época y que recomiendo en cualquier caso y para cualquier edad. Recuerdo la belleza de sus ilustraciones, el juego de los colores, con ese diseño a dos tintas que te atrapaba y despejaba el camino: rojo oscuro para la realidad y verde para ese mundo de Fantasía. Una joya. A todos nos gustaba la Emperatriz Infantil, pero eso es otra historia que debe ser contada en otro momento. Ahora me apetece recordar el pasaje inicial en el que Bastián Baltasar Bux, el niño lector a través de cuya lectura leímos esta historia, piensa en apoderarse del libro. Una bella definición de lo que supone para muchos, y repito, a cualquier edad, la literatura.


Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay hombres que se juegan la vida para subir a una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, puede explicar realmente por qué. Otros se arruinan para conquistar el corazón de una persona que no quiere saber nada de ellos. Otros se destruyen a sí mismos por no saber resistir los placeres de la mesa... o de la botella. Algunos pierden cuanto tienen para ganar en un juego de azar, o lo sacrifican todo a una idea fija que jamás podrá realizarse. Unos cuantos creen que sólo serán felices en algún lugar distinto, y recorren el mundo durante toda su vida. Y unos pocos no descansan hasta que consiguen ser poderosos. En resumen: hay tantas pasiones distintas como hombres distintos hay.

La pasión de Bastián Baltasar Bux eran los libros. Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado...

Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque Papá o Mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito...

Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido...

Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podrá comprender probablemente lo que Bastián hizo entonces.

Miró fijamente el título del libro y sintió frío y calor a un tiempo. Eso era, exactamente, lo que había soñado tan a menudo y lo que, desde que se había entregado a su pasión, venía deseando: ¡Una historia que no acabase nunca! ¡El libro de todos los libros!

ENDE, Michael, La Historia Interminable, a.


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