Es complicado suscitar una lectura de teatro. Quiero decir que en realidad el teatro tiene su esencia en el hecho mismo de la representación. La misma obedece a un conjunto de elecciones concretas en los distintos aspectos que conforman la urdimbre del acto dramático (escenografía, iluminación, sonido, vestuario, atrezzo, dirección de actores, etc.). Cada director tiene su propia cosmovisión, una forma de comprender el subtexto o de reforzar lo incidental diferente a la de los demás, casi siempre muy arraigada. Por eso es difícil encontrar dos representaciones idénticas del mismo texto. Desde luego el éxito de cada una de ellas dependerá, una vez más, de los gustos del público.
Pero aquí no me estoy enfrentando al hecho de la representación, sino a la madurez del mismo texto, a las consecuencias de permitir su entrada en la mente del individuo consciente a través de la lectura, haciéndolo sujeto activo frente a la pasividad del espectador. Es este el ámbito en el que la obra de Tennessee Williams suele resultar más demoledora. Este dramaturgo adelantado anticipa la corriente norteamericana del realismo psicológico con varios ejemplos que desenmascaran la decadencia social y represiva de su tiempo. Dramas como Un tranvía llamado Deseo, La rosa tatuada, La gata sobre el tejado de zinc caliente, Dulce pájaro de juventud o La noche de la Iguana, entre otras muchas obras, triunfan en Broadway y luego en el cine sobre todo por la crudeza de las situaciones planteadas y el carácter atormentado, siempre al límite, de sus personajes, manifestado una y otra vez en esos diálogos vibrantes e intensos que buscan la autenticidad por encima de todo (tan cerca de la doctrina de Stanislavski, tan del gusto de Elia Kazan y sus discípulos del Actors Studio).
De entre todas ellas me gustaría destacar El zoo de cristal, escrita en 1944 y estrenada a principios del año siguiente. Porque fue la primera y de algún modo la más pura y sincera de la serie, antes de que la exigente fama condujera al autor a un brillante ejercicio de repeticiones. Porque esconde en su sencillez la trampa, es la metáfora rotunda de ese realismo que prescinde de los convencionalismos teatrales antes señalados para transgredir en el mensaje: el mundo como un habitáculo de frágil vidrio. Saint Louis años 30. El zoo de cristal se introduce a lo largo de dos actos en el triángulo familiar de los Wingfield. Una madre opresora y castrante, Amanda, que vive de y para el recuerdo. Una hija retraída hasta lo enfermizo, Laura, que se refugia en un mundo de animalitos de cristal, que no sabe cómo plantear su propia existencia sintiéndose tan distinta de los demás. O su hermano Tom, que sostiene económicamente la casa trabajando en una zapatería y se esconde en el baño para escribir poemas. Los deseos de huída de Tom, la introspección de Laura y el afán controlador de Amanda provocan una situación asfixiante, insostenible.
El zoo de cristal es una obra universal, siempre de actualidad, siempre recomendable. Yo la leí en esta edición realizada por la Editorial Losada, digna y económica, que se puede encontrar en cualquier librería del centro. La traducción es de León Mirlas.
Un ejemplo de lo que me refiero al hablar de diálogos tensos. Es el final de la escena cuarta del acto primero:
AMANDA:
¿Cómo te atreves a arriesgar tu empleo?¿A arriesgar nuestra seguridad? ¿Cómo crees que podemos componérnoslas para…? (Se sienta en la butaca.)
TOM:
Oye, mamá. ¿Crees que estoy loco por la zapatería? ¿Crees que estoy enamorado de la Continental Shoemakers? ¿Crees que quiero pasarme cincuenta y cinco años de mi vida ahí, en ese interior de celotex… con… tubos fluorescentes? ¡Palabra de honor que preferiría tomar una pistola y saltarme los sesos… antes que volver por las mañanas!¡Pero voy!¡Claro, cada día entras gritando ese maldito!:<<¡Levántate y lúcete! ¡Levántate y lúcete!>> ¡Pienso en cuán dichosos son los muertos! Pero me levanto (Se levanta del sofá-cama.) ¡Voy! ¡Por sesenta y cinco dólares mensuales, renuncio a todo lo que sueño con hacer y ser siempre! Y dices que sólo pienso en eso. ¡Oh, Dios mío! Pero, mamá… Si sólo pensara en mí mismo, estaría donde está él… ¡Me habría marchado! (Va a tomar el abrigo, colgado sobre el respaldo de la butaca.) ¡Me habría ido todo lo lejos que me lo permitiera el sistema de transportes! (Amanda se levanta, se le acerca y lo aferra del brazo.) ¡Por favor, no me agarres, mamá!
AMANDA (siguiéndolo):
No te agarro. Quiero saber adónde vas ahora.
TOM (toma el abrigo y se dirige hacia la puerta de la derecha):
¡Voy al cine!
AMANDA:
¡No te creo en esa mentira!
TOM (va hacia Amanda):
¿No? Pues bien: tienes razón. Por una vez en tu vida, tienes razón. No voy al cine. ¡Voy a los fumaderos de opio! Sí, mamá, a los fumaderos de opio, guaridas del vicio y refugio de los criminales. He ingresado en la banda de Hogan. Soy un asesino asalariado. ¡Llevo una pistola ametralladora en un estuche de violín! ¡Poseo una cadena de burdeles en el valle! ¡Me llaman el Asesino, el Asesino Wingfield! En realidad, llevo una doble vida. De día, soy un sencillo y honrado dependiente de zapatería, pero de noche soy un dinámico zar del hampa. ¡Voy a los garitos y derrocho allí una fortuna en la ruleta! Tengo un parche sobre un ojo y un bigote postizo: a veces patillas verdes. En esas ocasiones, me llaman… ¡El Diablo! ¡Oh, podría decirte cosas que te desvelarían! ¡Mis enemigos proyectan dinamitar alguna noche esta vivienda! Y entonces, nos harán volar hasta los cielos. ¡Y cómo me alegraré! ¡Qué feliz me sentiré! Y tú también. Tú volaras muy arriba… cada vez más arriba… ¡por sobre Blue Mountain, cabalgando en una escoba! Con diecisiete candidatos. ¡Vieja bruja charlatana!
Williams, Tennessee, El zoo de cristal (The Glass Menagerie), Buenos Aires, Losada, 2003.
Poema del día: "Las ropas ceñidas", de Leyla Mexso Berazî (Ataş)
(Kurdistán, 1977)
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En esta oscuridad
tomo la luz de la luna,
me toman la mano
voy…
a lavar mis ojos en la ventana,
sola en algún lugar
me despojo
de las ropas que me pusieron...
Hace 21 horas
Buenoooo, autor clave.
ResponderEliminarRepresenté la escena final de La gata sobre el tejado de zinc. Creo que nunca me he sentido tan poderosa y a la vez tan miserable. Es una obra que, aunque parece que acaba bien (claro ¿y qué es bien?), termina con un sabor amargo de conformismo y mentira. Al menos, yo lo viví así.
Eso es lo que trata de desenmascarar continuamente Tennessee Williams, la mentira oculta en el conformismo de la sociedad. Y por eso me gusta
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