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domingo, 12 de julio de 2009

HORDA (TOURIST IN PARADISE)


Con qué asombrosa facilidad me espío parapetado en la sombra,
sin ser invisible pero carente de rasgos que la lejanía indefine,
vieja, vieja Europa.
Porque a todos nos surcan de canales la carne viva, siempre,
asomados a los barrios transparentes de nuestros suburbios,
con esa mirada sádica que envuelven máscaras de tibia cobardía,
sesgo pérfido en el callejón de las putas que reconocen tu piel,
tu lengua de altura estrecha, a menudo no tan roja,
y qué fortuna tener al menos ese espejo líquido entrecortado
que imita al cuerpo, ese germen hediondo de cervezas y días.
He estado a diez centímetros del falo bañado en oro,
jamás respiraré tan cerca de Óscar como entonces de Shelley Winters
y de Anna F. y su querido Kitty en el hueco en que se apoyaba la madera
y las escaleras iban empinándose bajo el peso de los mártires,
sobre el filo del euro, semejantes a la espina dorsal de un hombre
inquietado por tics inexorables como la Historia.
La vida es pintoresca según las guías.
Sólo la exposición quirúrgica de los ajusticiados en el granero
que ahora alberga un exclusivo bar, donde no tú,
sino el espíritu de los marineros desahuciados
se dispone a repetir su camino de San Nicolás
o traspasar, tal vez, la bruma que oculta esa isla flotante
de la que mana en abundancia el rollito de primavera;
Ciudades pobladas de gélidos centauros rodantes,
casi tan absurdos, tan perdidos como los monos que sólo caminan.
A veces soy un cuervo, me meto en los campos de V. y luego
abandono en v vv v uves múltiples el trigo y los meandros de la oreja
no autorretratada o el azul de cielo que domina el abismo herbal de Arlés,
o el estaño adquirido en la ficción de Rembrandt y en las tumbas
de Saskia y de Vermeer, hacia la realidad del quinqué y el viento permeable
que azota el polder.
Qué fácil arrancar lo que se inmiscuye en el viaje de ojo mecánico ajeno,
sólo en la curva de una mujer atrapado,
como una llanura sin límites,
me amamantan las lluvias inesperadas del verano y la luz del mediodía
a medianoche,
el aroma percutor del vientre, la risa desmedida herbal
en el zumo que acompaña sombras en garitos show-bussiness casi negocios
casi souvenir sobrevivir a la rueda de quesos que caen
sobre el plano, esféricos,
vieja, vieja Europa radiante ajena al peligro
con la sola incomodidad de la mirada redundante
en las mismas caras
las mismas marcas
las mismas tiendas
la misma pasta
la misma mierda
que tienta al individuo para autorepetirse,
que tienta al individuo para autorechazarse,
olvidado ya su rostro en otros espejos,
vieja, vieja Europa sin fronteras, podrida de cadáveres,
de muertos, de museos con mensaje que hablan desde el desprecio a lo ajeno
o desde el orgullo de lo propio, condenados por los puntos de vista y el terruño.
Nada como cruzar lenguas de mar bajo túneles constantes,
Nada como lo exótico de tomar un vulgar tranvía, vieja, vieja Europa postmoderna, adoradora de la verticalidad, del falo enhiesto
frente al plano que se inclina hacia el fondo,
hastiado por la nube de mosquitos de visas de tedio de perros de peregrinos
que se extiende esta tarde.
Estamos derrotados, demasiado atentos al péndulo burgués de nuestra
propia imagen, subyugados por el amable y quincallero imperio del píxel.
Esa ha sido nuestra gran conquista, hombres libres.
Con qué asombrosa facilidad me espío parapetado en la sombra,
sin ser invisible pero carente de rasgos que la lejanía indefine,
vieja, vieja Europa.

(Tarde de Amsterdam, aunque Amsterdam no tenga la culpa)

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